Va Bene

 Disco Burger
Las desbordantes hamburguesas que se merecen un Tambor de Oro

Empezaré metiéndome en camisa de once varas y les diré que albergo la extraña sensación de que no estamos a la altura de los tiempos de bonanza que se nos avecinan, llenos de luz, de color y de posibilidades. Atrás quedaron los momentos de zozobra y las noches de cristales rotos que se vivieron en todas y cada una de nuestras comunidades de vecinos, que nos llevaron después de tanto dolor y resentimiento a una Euskadi próspera que se bate hoy el cobre currando, como siempre hicimos, para engrasar la inversión y que nos luzca la melena.

Llegan los turistas y alucinan con la particularidad que nos define, pues vivimos rodeados de polígonos con pesada máquina herramienta, nos acarician mares cargados de pescado y pisamos una tierra fértil de mantecosos granos de alubia, cebados pollos y gallinas, kokotxas de merluza rebozadas con ajos o chuletas de vaca, y echamos a la sartén soberbios lomos de cerdo tintados de grasa y pimentón. Beneficiarios de toda una generación viva de leyendas de alta cocina de vanguardia, estrellados Michelin que atraen a los clientes pastosos de alto copetín como los niños corren hacia la Nocilla, somos un país de cucaña de interminables sobremesas y sorprendentes atardeceres con un territorio diverso y unas lindes de ensueño que dejan patidifusos a todos los que aterrizan con alegría y ganas de pasarlo bien.

Quienes nos dirigen ponen trabas al desarrollo porque no salen del despacho ni se pagan un billete de avión para otear el panorama y pimplarse un solomillo en Berlín, echarse al coleto un concierto en el Royal Albert Hall, unos “dumplings” en Hong Kong o un florentino bocata “lampredotto”. Es importante asomar la cabeza por encima de los tamarindos y empaparse de luz y de coraje para que nos luzca la melena, pues más que nunca debe brillar en nuestras calles la feliz convivencia del pincho de tortilla, la croqueta de bacalao, la “gilda”, el bolso de “Hermés”, el concesionario de lujo, la cadena hostelera de mucho copete, el inversor local con ganas de liarla o la zapatería de tacón alto para que quienes nos visiten no se larguen a otras millas de oro vecinas para fundirse la tarjeta en establecimientos de categoría.

Padecemos un atávico complejo de inferioridad “pueblerino” que nos impide soltar ese lastre de corro comidilla de misa dominical de mediodía, pues nos seguimos haciendo sangre en la misma postilla que nos provocó que se levantara un casino Kursaal en los tiempos del cuplé o se derribara la vieja Ermita de San Martín del barrio del Antiguo, para colocar en su lugar ese Palacio de Miramar del que nos sentimos hoy tan orgullosos. Nos calamos la boina a rosca y existe ese temor en quienes administran las reglas del juego de despertar a la bestia dormida del “catetismo” y de quienes desearían que por nuestro Boulevard pasearan bueyes y rebaños de ovejas, para beneplácito del “boronismo” local, que entorpece el paso con su mira de corto alcance, haciendo tambalear la poltrona de quiénes nos gobiernan.

Y aunque estas líneas parezcan redactadas por algún sanedrín judeo-masónico, el lobby del donostiarrismo me sacará los ojos de las órbitas en alguna mazmorra por no centrar mis pesquisas en la crónica alimenticia que acostumbro, un cesto compuesto por muchos destellos de la gastronomía local que reúne magdalenas y “pantxinetas” de Otaegui, fritos de Paco Bueno, sardinas asadas del muelle, tarta de queso de La Viña, anchoas del Txepetxa, tomates del Néstor, guisos de Alicio del Ibai, pintxos de huevo cocido con mahonesa, patatas fritas Sarriegui, helado mantecado de Arnoldo, gavillas fritas o las alucinantes y desbordantes hamburguesas del Va Bene, que se merecen el Tambor de Oro tanto o más que el grandísimo Alex Ubago, Fernando Aramburu o el periodista Miguel Ángel Idígoras, dicho sea de paso.

A Va Bene se peregrina como el musulmán corre a La Meca y algunos lo hacemos de ciento en viento, mientras otros afortunados se bautizan semanalmente con su mahonesa purificadora como los primeros cristianos sumergían sus cabezones en las aguas del Jordán, ¡alabada sea la fe! La gastronomía es un vasto territorio en el que campean a sus anchas artefactos de toda suerte y condición, pues ocupa casi el mismo espacio en nuestra memoria una becada asada con sus cacas y un vaso de vino que una chocolatina guarra de cacahuetes pegajosos, unos cueros de cerdo crujientes con cerveza o una número trece, que es mi hamburguesa doble de carne favorita con mayor índice glucémico, pues contiene cebolla frita, huevo, beicon frito, queso derretido y lechuga y tomate para disimular. Un filete de hamburguesa menos lleva la número ocho y quienes la piden se ahorran el suplicio cristiano del remordimiento.

Aunque los curas les adviertan que a este mundo hemos venido a sufrir y que esto es un valle de lagrimones, no hagan ni puto caso y pidan patatas fritas a cascoporro, pues desde hace unos años las fríen bien crujientes, naturales y a toneladas para obstruir nuestro intrincado y fabuloso sistema arterial de regadío interno. Si no es suficiente, provóquense un pico glucémico con un par de refrescos de cola y rematen el festín con un número veintiséis, que en pan de molde blanco plancheado reúne pechuga de pollo  fileteada, tomate, cebolla, jamón, queso, beicon, huevo frito y salsa mahonesa a chorro, ¡qué chorrazo!

Va Bene
Boulevard 14 – Donostia
T. 943 42 24 16

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE disco burger
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO Alto / Medio / BAJO

 

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