O’ Romeral

Pulpería donostiarra
Todo está riquísimo y sirven sus especialidades gallegas sin darse mayor importancia

En estos tiempos de pureza de raza y de insatisfacción existencial no es baladí recordar al respetable que donde hay pelo hay alegría y en la mezcla, surge el chispazo y se fragua el buen rollo, el sofrito y la guaracha. Mis padres se conocieron en un crucero por el Mediterráneo, un barco de nombre extranjero, y se liaron la manta a la cabeza estrechando la distancia entre Coruña e Irún, localidad fronteriza a tomar por saco de Galicia, pues por aquel entonces, llegabas en un Seiscientos desde el Cantón y la playa de Riazor hasta el Paseo de Colón cruzando montes y collados, atravesando núcleos urbanos, adelantando rebaños de vacas, deteniéndote una y mil veces a repostar combustible y rellenando con agua el sediento radiador, en una odisea de dimensiones mesopotámicas. Nunca antes fue tan veraz aquello de que dos tetas vascas tienen más fuerza que catorce carretas tiradas por bueyes, pero esta historia tiene el final feliz de un matrimonio consumado con el resultado de cuatro churumbeles y muchísimos días de feliz convivencia comiendo a dos carrillos montoneras de perdices.

Nací en una casa alegre en la que nunca faltó sopa de pescado, porrusalda, carne en salsa, lomos de merluza rebozada, tortilla de patata y bastón de mando para dar la murga lo justo, es decir, si mis padres decían “digo” no era “Diego” y el que la liaba parda se iba a Parla y muy temprano a la cama y no se encendía el televisor en día de labor. La mezcla cultural incrementó muchísimo el nivel gastronómico de la familia y nunca tuvimos mayor reparo en agitar en preciosa coctelera todos los elementos propios de nuestros antepasados gabachos, vascos y galaicos, que nos provocaron excitantes melopeas con las que morimos de gusto gracias a latones de foie gras y muslos de pato, vino de Ribeiro, tarta fina de Mondoñedo, pimientos de Padrón, quesos de nata, empanadas de bacalao y pasas, orejas fritas por carnaval, chipirones en su tinta, grelos con patatas, chorizo de Lugo y cachuchas, unto de cerdo, carne de ternera del Baztán, manzanas asadas, conservas de bonito y la sempiterna morcilla de cebolla de la desaparecida carnicería de Ignacio Gamborena, que mi madre se jamaba de una sola sentada enterita y al horno, con su pellejo y su cordón.

Aprendimos a querer las cocinas extrañas gracias a la dedicación de mis padres por acercarnos a las novísimas hamburgueserías francesas, a los asadores de lechazo castellano, al chino del madrileño Paseo de la Castellana, a la cocina clásica francesa de los restoranes bordeleses o a aquella necesidad imperiosa de hincarle el diente al codillo ibérico de la Casa del Jamón irunesa o al lacón o a un pedazo de empanada de lomo de cerdo, cuando escaseaban las reservas domésticas y nos buscábamos la vida en la Maruxa donostiarra o en el Romeral del bullicioso y agitado barrio de Trintxerpe, en aquellos lubricados años de bonanza en los que los perros se ataban con longanizas y las comidas de empresa se regaban con vinazos de altura, angulas, langostas, besugos, chuletas y copa de la casa con flan, piña, fruta en almíbar, café y copa de coñac francés.

Es muy excitante comprobar que aún sigue vivo ese coletazo de un tiempo que jamás volverá y que se mantiene intacto en un austero comedor y una barra desnuda ante la que siguen desfilando las maravillosas especialidades que pusieron en circulación un matrimonio felizmente jubilado, reemplazado por sus hijos, que guisan, asan y cuecen como si todos los días se celebrara la festividad de San Froilán. Dense una reparadora ducha de felicidad en el desnudo comedor del Romeral, en el que no cuelgan cuadros ni asoman fotografías de personalidades, no suena hilo musical alguno ni oirán ruido de tragaperras ni verán “foodies” soltando soplapolleces, porque allá se jama y se bebe sin mayor pretensión que saciar el apetito y calmar la sed. Les dará vergüenza desenfundar el móvil para responder una llamada, perjudicando al resto de comensales sentados a escasos centímetros que mastican a dos carrillos, metiéndose entre pecho y espalda raciones de caldo gallego, chorizo cocido o un carnoso, ancho, grueso y sabroso pulpo a la gallega bien aliñado.

Si estiran el cuello verán cómo emplean el rodillo en cocina para encerrar en la masa de empanada los distintos rellenos de bacalao, carne, xoubas o lo que se tercie, pues según humor se hornean bien hermosas, saliendo doradas y relucientes de la boca del horno. El jamón asado con patatas fritas caseras nada en un jugo colosal, el lacón cocido ofrece una resistencia a la mordida como la cacha de una siciliana y los grelos, los callos con tomate o la pornográfica y virguera oreja de puerco cocida, bien vale la visita a tan destacada catedral de la jamada sin gilipolleces. Todo está riquísimo, lo sirven sin darse importancia alguna y sales agradecido de los chigres, los tascos, los bares y las bodegas de toda la vida en las que se siente en el ambiente esa necesidad tan primitiva de comer con ilusión o con las manos, masticando con la boca abierta, rasgando con el tenedor o pinchando con palillo mondadientes.

O’ Romeral
Araneder 2 – Pasajes San Pedro
T. 943 399 081
www.oromeral.wordpress.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos
PRECIO Alto – Medio – BAJO

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