Tortas de manteca

Si hay un cuarteto panadero andaluz que me pone los pelos como escarpias son los molletes que pringamos con zurrapas, patés y mantecas de la tierra, las tortas de aceite de Alcalá, los picos y regañás que zampamos con más ansia que apetito y estas tortas de manteca, ligeramente grasas y salpicadas de ajonjolí.

Son una verdadera delicia recién tostadas, así que para que no se estropeen, lo mejor es congelarlas en el mismo envoltorio según llegan e ir sacándolas conforme aprieta la “gusa” y lanzarlas directamente a la tostadora, ¡clac!

Si arriman el oído mientras se doran escucharan el característico siseo y chisporroteo de las rebanadas grasas y cuando luzcan sobre el plato bien rubias, podrán meterle mano para acompañar quesos tiernos, mermeladas, crema de chocolate, jamón en dulce, sobrasada o cualquier tipo de artillería o de metralla.

En los pueblos andaluces las consumen en el desayuno o en la merienda, con un buen café y un tiento de miel, mantequilla o leche condensada, pero les confieso que me vuelven loco para rematar el fondo del bol de la ensalada de lechuga con cebolleta.

Saben de sobra que se forma un charco con cuatro hojas mustias que no tienen rival en bocadillo, preñando dos medias tortas de manteca bien empapadas con el aceitillo del aliño. Luego un tiento de vino y a echar la siesta como Curro Jiménez y el Algarrobo.

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