Ginger Ale Tribute

Desde muy niño me llamaron la atención todos los frascos de abrótano macho y demás potingues que se apilaban en la peluquería “Hazen”, que administraban unas hermanas muy simpáticas que cortaban el pelo a toda mecha. Unos años más tarde entré en la “tontolescencia” y me puse calcetines “Burlington” y gabardinas de aviador americano con la esperanza de pillar tías buenas a puñados.

Empecé a apoyarme en las barras de los bares y fui muy exigente con lo que pimplaba, pues las tascas del Bidasoa exhibían una selección poco habitual de destilados, “bitters” y lo que los cursis denominan hoy “mixología”, que no son más que bebidas preparadas con mayor o peor gracia.

Mi tío Josemaría Blanc puso en mi mano los primeros botellines de “Ginger Ale” importado desde la mismísima Inglaterra, así que podrán entender la ilusión con la que lo derramábamos sobre cubos de hielo y un tiento de whisky, haciéndonos los interesantes.

La “Tribute” es nacional, ¡aleluya!, hipnotiza por sus reflejos dorados y esa burbuja fina y embriagadora y me parece un mejunje aristocrático que combina de pelotas con algunos destilados, pues tiene la virtud de amansarlos y convertir los tragos en deliciosos sorbos efervescentes, frescos y cítricos. La misma familia ofrece otras damas distinguidas como una agua tónica finísima y una sedosa ginger beer que se sale en las curvas con un picor estimulante.

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