Pelayo

Conocer Sevilla con Josemaría Gil Arévalo, San Sebastián con Martín Berasategui, Madrid con Juan Echanove o Cáiz con maese Antonio Rodicio es harina de otro costal que reluce sobre la mesa en preciosos reflejos dorados, ¡soy poeta!, ¡súbete la bragueta!

Cierto es que pasear por el casco antiguo de la tacita de plata es un verdadero despropósito, y si se madruga, es un vicio ver poner las calles, levantarse las persianas de los comercios y freírse los churros, olfateando el perfume del café recién molido mientras imaginas a los cocinetas de la villa anudándose el mandil para darle caña al ritual del guiso y del sofrito, la tapa y la parranda.

Dense un voltio por la Plaza de las Flores, compren chacinas, huevas de pescado, vinos y algún perfume de reguero devastador en los coloniales y ultramarinos, para ir haciendo hambre antes de plantarse en casa Pelayo, ese comercio que despacha golosinas gaditanas de pedigrí en el que alucinarán en cinemascope si son chalados de las motos, pues atesora un despliegue de Montesas, Ossas y Bultacos que son pura metralla.

Conocedores de la calle como pocos, se liaron la manta a la cabeza en 2012 abriendo este negocio que se parte la camisa para que los clientes gocemos como marranos en el interior o en los aparadores de la terraza, en las que sirven chicharrón, raciones, marisco y laterío fino filipino de categoría, aliñado sin más, volcado sobre papas fritas o en delicado montadito.

De entre todas sus joyas, destaca la ventresca de atún en manteca ibérica que meten en pan de semillas churruscaíto, coronado por una oliva gordal dulzona, rechoncha y lironda, ¡qué maravilla!

www.pelayogourmet.es

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