Ultramarinos y restorán
José Luís Pérez Landeta es hostelero de raigambre que conoce al dedillo al cliente
Todos guardamos en la memoria la distribución, el olor y los colores de los ultramarinos, las boticas y droguerías, los bares y algunos tascucios de pedigrí que frecuentábamos de chavales con verdadera ilusión. Por remediar un apetito voraz o para calmar una temprana ludopatía echando cuatro perras en la maquinita, fueron el paisaje de nuestra niñez en unos tiempos de cabinas telefónicas y balonazos en los que uno se iba para casa a cenar cuando se echaba encima la noche. Los más “vaquillas” sisaban los cambios para comprar cigarros, mientras los más gruesos y glotones reventábamos los cuscurros de pan y nos zampábamos tres o cuatro flautas de golpe.
El “López” exhibía la fruta, la legumbre, las flores y las panderetas de sardinas viejas colgadas del marco de la puerta a resguardo de un toldo verde que protegía las mercancías de ese sol de justicia que marchitaba las lechugas en un santiamén, y de la condenada lluvia, que animaba a los madrileños a salir de la playa de Hendaya y a pasearse por el barrio de la Marina con sus lucidas gabardinas, calzando botas katiuskas. Al irunés “Arabolaza” íbamos con los mandados a por tintes para el pelo y pedíamos la vez para proveernos de ungüentos, betún de Judea, agua escarlata o cera reparadora para dar lustre a cómodas y baúles de alcanfor, ¡menuda matraca! Igual daba que fuera farmacia, zapatero remendón o fino despacho de telas y aprestos, porque en todas las lonjas de categoría se habilitaba una pequeña habitación o rebotica para echar la partida de tute, tomar café, trincarse un bocata de salchichón, hacer los deberes o leer la Interviú a resguardo de las miradas indiscretas.
Bilbao es ciudad elegante y de ambiente “chirene” porque atesora una colonia nada desdeñable de fanfarrias ocurrentes con ganas de liarla parda por sus barras, contando anécdotas peculiares, cantando y tomando potes, chatos, cañas, pinchos o tapas. Algunas antiguallas lo llaman “hacer el viacrucis” o andar de un lado para otro con amigos de ronda por las tabernas cuando uno sale del taller o del trabajo y hasta que es capaz de hablar idiomas por señas, pues estando piripi uno se dirige al turista en alemán, turcochipriota, italiano, galés o chino mandarín con una agilidad pasmosa. José Luís Pérez Landeta es un hostelero de raigambre que conoce al dedillo el oficio y lleva muchísimos años al frente de Casa Rufo, una institución que comenzó su andadura a principios del siglo veinte y en el número dos de la calle Hurtado de Amézaga, sirviendo productos de calidad y coloniales a los vecinos, que acudían hasta sus mostradores en busca de legumbres, chocolates, café y achicoria, bacaladas, quesos, charcutería, frutos secos, turrones, confites, vinagres, vinos, aguardientes, aceites y demás enseres comestibles de verdadera necesidad.
Cuentan los cronistas de la villa que en 1955 el negocio se trasladó por demolición del viejo inmueble desde su ubicación en el edificio del Banco de Vizcaya hasta su actual emplazamiento en el número cinco, poniendo don Rufino, propietario del tinglado y padre de José Luís, su propio nombre al negocio por ser considerado hombre respetable y apreciado en el vecindario, pues gozaba de un irreprochable don de gentes y ese proverbial sexto sentido para adelantarse a los inconvenientes y requerimientos de un local de tamaña categoría. Si las paredes de Casa Rufo hablaran, el Talmud quedaría a la altura de aquellos cuadernillos que coloreábamos en el parvulario, y bien cierto es que esta institución sigue tejida con los mismos mimbres, pues hasta llegar a la minúscula cocina y extraordinaria parrilla de ladrillo visto, uno va cruzándose con la amplia sonrisa de todo el personal de sala -eficaz sin caer en el compadreo-, y esa gran vitrina expositora refrigerada cargadas de patés, cintas de chuletas, exquisitos pescados ahumados del amigo Gaxen de “Keia”, jamones ibéricos y cajones de variadas frutas y verduras con las que lo mismo apañan ensaladas, sofritos o convierten en menestras, macedonias o “twists” para cubalibres y gin-tonics reconfortantes.
No se vuelvan locos y soliciten los clásicos “entremeses” de toda la vida para compartir en medio de las mesas, chacinas ibéricas grasas, puerros con vinagreta, yemas de espárragos gordas como cipotes, pimientos fritos de Gernika, croquetas rechulas de huevo y el plato fuerte de la casa, esa pedazo de chuleta de vaca gallega con muchas patatas fritas servida al punto para los más tiquismiquis, o bien roja y sanguinolenta para los que madrugamos, nos vestimos todas las mañanas por los pies y salimos de casa bien aseados, desayunados y ligeros de vientre, silbando y sin prisa con el coche reluciente, hechos unos pimpollos. Disfruten, que nos quedan dos telediarios y una carta de ajuste.
Casa Rufo
Hurtado de Amézaga 5 – Bilbao
T. 944 432 172
www.casarufo.com
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca ultramarinos
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia / Negocios
PRECIO Alto / MEDIO / Bajo