El Alfoz de Burgos

Asador, cafetería, hotel y tienda
Dos hornos y una parrilla que escupen lechazos y chuletas de vaca a cascoporro

En los años del cuplé viajaba a Madrid en el automóvil de mi padre soñando con todos esos manjares que la capital nos ofrecía a todos los forasteros, que desde el resto de provincias, acudíamos con apetito voraz y ganas de jota aragonesa. En aquellos tiempos de la revista Restauradores y de la magnífica “Gran Reserva” de maese Medina, uno echaba cuentas planificando las visitas con la misma meticulosidad y parecido desenfreno con el que deben desenterrarse molares, mandíbulas y parietales en el yacimiento burgalés de la sierra de Atapuerca. Me sabía los nombres de los cocineros de renombre con sus dos apellidos completos y hubiera sido capaz de enumerar de memoria todos los platillos de los grandes restoranes del momento sin equivocarme en una sola letra … pequeño búcaro “don Pío” de Zalacaín, foie gras en escabeche de Lúculo, lubina con aleta de tiburón o aquellos extravagantes huevos fritos con un pelucón de caviar del Cenador del Prado y tantas otras delicias que eran último grito en tiempos de pasteles de cabracho con salsa mahonesa y salsitas de nata perfumadas con acederas y “Nouilly Prat” compradas en el Carrefour, al otro lado de la frontera.

Pasábamos por Burgos rozando con los dedos aquella mole catedralicia con sus cimborrios, que yo imaginaba de dulce merengue recubierto de chocolate derretido, y era todo un espectáculo que anunciaba la hora feliz del almuerzo castellano con escudilla y cuchillo de sierra. Muy atrás quedaban las galletas Chiquilín del desayuno y se anunciaban felicísimos los festines que nos esperaban en la carretera, que imaginaba con la sugerente forma de morcillas fritas con huevos, pimientos asados y chorizos horneados en papel de estraza, lechazos de tierras de Castilla con muchísimas patatas y lechuga y unas natillas de postre que no se las saltaba ni Eduardini, aquel tipo de la cuadrilla del Bombero Torero que corría partiéndose la crisma, en la derruida plaza de toros de Hondarribia, ¡qué festivales!

Los viajes de ida a los madriles iluminaban en mi estómago letreros de reluciente neón que me hacían salivar como un mastín del Pirineo y en los que se podía leer “Hotel Landa”, “Casa Ojeda”o “Morcillas de Burgos, de venta aquí”, en cualquier recodo de la carretera. El regreso los domingos por la tarde, escuchando los resultados deportivos en el transistor, eran un verdadero sopor que aguantábamos con el consabido bajonazo de saber que nos alejábamos de aquellos manjares tan grasos y extraordinarios. Cierto es que uno vuelve todavía hoy empachado de allá, pero dejando un huequecito para detenerse en la plaza de Buitrago de Lozoya a tomarse un café cortado, en la lujuriosa tasca “rococó” a pie de carretera junto a la estación de servicio de Boceguillas para meterse entre pecho y espalda una tortilla de patatas recién hecha con su torta de aceite o unas chuletillas refritas en sartén con sus ajos y un par de riñones colganderos. Son las cosas de esta España cañí del siglo veintiuno, que nos sigue dejando boquiabiertos con esa capacidad de atraparnos a pie de carretera con ese desfile de luz y de color de restoranes, baretos, pabellones industriales, silos de grano, talleres de reparación de chapa y pintura y polígonos abandonados.

Después de los camiones del amigo José María Aldaya, quizás sea Martín Berasategui el tipo que más veces sube y baja al año a la capital del reino a bordo de su carromato BMW pilotado por el gran Mikel “Agiña”, que no duda jamás y a cualquier hora en detenerse de un frenazo en la salida 232 de la A1 dirección Vitoria para dar buena cuenta de una oferta variadísima de asador, cafetería, hotel y tienda en el mismo punto kilométrico, ¡menudos artistas y qué descubrimiento! El lugar es inmenso y atesora espacio para desayunos, comidas, meriendas o cenas para todo un regimiento, cuidando a conciencia la oferta de todo lo que sale de cocina con un servicio eficaz, rápido, amable y diligente. Lo mismo da un pincho de tortilla que un bocadillo de jamón, una caña de cerveza o un refresco con hielo y su rodaja de limón, uno siente las ganas de agradar de la casa y se echa a los brazos de lo que le conviene: un sueñecito reparador, el baño para desahogarse, la concurrida cafetería, la sala de juegos infantiles para lanzar a los niños a las colchonetas para que dejen de tocar las pelotas o ese regio comedor en el que a horas puntas encontrarán a una variopinta clientela poniéndose morada de chacina serrana, mollejas de cordero, lengua escarlata, platos de cuchara, cangrejos guisados, callos y los asados tradicionales de la zona, resueltos en dos hornos y una parrilla que escupen lechazos bien dorados y chuletas de vaca seleccionadas por el amigo Jesús, de cárnicas Guikar.

El Alfoz de Burgos
Ctra. Madrid-Irún km.233 – Burgos
T. 947 206 860
www.elalfozdeburgos.es

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito de carretera
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia / Negocios
PRECIO Alto / MEDIO / Bajo

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