Si hay algo que la civilización contemporánea ha matado con sus prisas es la ilusión por comer con ese sentido antiguo de la temporalidad, pues mi abuela nunca probó fresas en nochevieja, naranjas en pleno verano, angulas en otoño o preparó chipirones de potera encebollados para comer en navidad.
Walt Disney puso a hablar a patos y a perros y la lio parda el muy cabrón, aunque luego nos dieron tarjetas de crédito y teléfonos móviles y nos volvimos tontos de remate, pues creímos que podíamos comprar “todo” y la industria alimentaria y los tenderos se pusieron manos a la obra para colmar nuestro apetito a cualquier hora, con voracidad y sin desmayo.
Compramos pan en las gasolineras, bocadillos en las máquina expendedoras, comemos marisco de plástico, alitas de pollo blandas y los restoranes están llenos de gente aburrida y sin apetito que se dedica a arrinconar la comida al costado del plato. Cada vez nos asaltan más raros con intolerancias alimentarias que condicionan nuestras vidas y convierten la vitrina del supermercado en un auténtico calvario.
Por eso, es una alegría muy grande presentarles a todos ustedes una conserva de foie gras de pato de los tiempos de Carpanta, elaborada a conciencia y con verdadero mimo en un obrador capitaneado por Santi Grimau, hostelero reconvertido en fino marchante de alimentos delicados.
En su confección emplean hígados de la casa francesa Lafitte y los aderezos típicos, aguardientes, sal, pimienta, azúcar y ese sexto sentido de alquimista capaz de transformar una víscera en algo delicioso y delicado, sin aditivos ni conservantes. Cuajan otras variedades con anguila ahumada y pimientos del piquillo, albaricoques y cacao o especias, pero este tarro de foie gras con manzana y calvados está para comérselo a bocados, directamente del tarro. Larga vida a la comida con sentido común.