Oremus Tokaji Aszú 5 p. 2008

En los ensayos de Curnonsky aprendimos a comer por escrito antes de tener edad suficiente para meternos entre pecho y espalda una blanqueta de ternera con arroz y una botella de vino. Más tarde, nuestra condición de fronterizos nos agudizó el ingenio para colarnos en los festines de adultos en los que grandes frascos de foie gras de oca se repartían sobre pan, como en las iglesias administran la eucaristía.

Aprendimos a remojar el morro en Sauternes, Jurançon y tragos cortos de Monbazillac, pensando que aquel dulzor amortiguaría la castaña, ¡ilusos! Este vinazo refleja siglos de historia y la bondad de la podredumbre noble de la viña, esa decrepitud de una uva que arruinada, resucita en la copa como un ave fénix imperial y majestuosa.

Es fragrante y reúne todos los ingredientes propios del confitero de postín, vainillas, mantequilla, canela, frutas doradas de hueso y hasta el olor de los viejos baúles de alcanfor y de caoba. Bébanlo fresco y aunque sea vino de guarda para muchos años, no dejen una gota a los nietos y vacíen sus bodegas antes de que los entierren, ¡viva Pablo Álvarez!

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