Cuando estaba gordo como un zambullo establecí numerosas plusmarcas de campeón del mundo de la jamada entre las que pueden contarse casi un queso Idiazabal ahumado de una sentada, dos cajas de galletas “Artinata” y otra más refinada que se recuerda como gesta heroica en casa de Sabino, que consistió en zamparme de un frutero una treintena de “mondarinas” bien dulces, sin pestañeo, estableciendo una nueva plusmarca de ingesta vitaminada en tiempo récord.
Afortunadamente los tiempos cambiaron y hoy me zampo con deleite la cereza del pastel y no el pastel, ¡paradojas!, así que no dejen de probar este elixir cítrico elaborado artesanalmente con las mandarinas cultivadas en la comarca de la Plana Alta de Castelló tal y como viene siendo desde tiempo inmemorial, pues por esa cuenca la fruta de cáscara se da de maravilla.
Es un brebaje muy peligroso, al menor descuido te pimplas la botella entera y la lías parda porque es dulzón, aromático y equilibra perfectamente su contenido alcohólico. Mi recomendación es meterlo de víspera en el congelador, agarrar después de cenar una tableta de chocolate y beberlo a pequeños tragos muy despacio, alternando chupe con onza hasta rematar y meterte al sobre más feliz que aquel tipo del “Netol” que sonreía sin motivo desde la etiqueta del “limpiametales sin igual”.