Sacristanes

En mis años mozos nos rompíamos la cara por conseguir cincuenta pelas para merendar un bocata en la desaparecida panadería “Araquistain”, junto a la librería Mayre, que horneaba bollos que rellenaban según humor de paté de cerdo, chorizo de Pamplona, cabeza de jabalí, jamón york, mortadela o salchichón.

Luego corríamos con las vueltas hasta la Plaza San Juan y asaltábamos “Aguirre” para meternos en vena dos calderos de azúcar de bizcochos “pavé”, “melindres”, “ponches” de yema o esas “cuaresmas” prodigiosas cargadas de pecado por el mismísimo diablo.

Los confites de nombre religioso me provocan una extraña sensación de placidez, como si masticándolos consiguieras aquella indulgencia que predicaban los curas del colegio. Si se zampan estos “Sacristanes” a dos carrillos, lograrán el mismo efecto de un “escapulario”, es decir, protección a la condena eterna y el llamado privilegio sabatino, que consiste en que la virgen se dará por aludida e intercederá por ustedes para que alcancen la patria celestial lo antes posible, o a más tardar, el sábado siguiente a su muerte, que a la pobre, últimamente, se le acumula la faena.

Alucinarán con este delicioso bocado compuesto de rico hojaldre de mantequilla que forma en el horno una coraza con aspecto de “gotelé” crujiente y dulzón. Al establecimiento aterrizan clientes de todas partes que llenan el maletero con sus especialidades, pastelitos, tartas, “corazones”, bollos, “cubanos”, “espejos”, bizcochos, almendradas, galletas de nata y mantequilla, rosquillas o las famosas «quesadas» y «sobaos» que tienen su origen en los pastos de la verde Cantabria.

Confitería María Luisa. Liérganes.

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