Si te apellidas “Lafitte”, estás condenado a arrastrar tras de ti y de por vida a una fila entera de perros babeantes muertos de apetito y sed, pues muchas de las mejores golosinas llevan estampado ese nombre en su etiqueta: quesos, vinos, conservas de foie gras o incluso viveros de plantas, que no se jaman, aunque algún iluminado sustituya en sus platos pétalos, tallos y brotes delicados por la manteca buena.
Cuando fuimos humildes y teníamos mucho que aprender, el Jurançon dulce era un brebaje delicioso con el que regábamos nuestras celebraciones y sentados en la mesa de Fermín Arrambide o en el Relais de la Poste, lo bebíamos con verdadera fruición.
Ahora, empachados de trufa, angula, caviar y langostinos, toca desandar camino, cerrar los ojos y volver a ejercitarnos en el deleite silencioso de pequeñas joyas como este trago cocinado con las variedades Gros y Petit Manseng, que ofrecen una boca viva, entusiasta e ilusiona con la misma luz de aquellos años en los que todos los manjares estaban aún por descubrirse.