Podíamos haber caído de cabeza en Etiopía y tener que arreglarnos para cocinar con un puñado de mijo, lentejas y cártamo, pero tuvimos la gran folla de nacer de pie en España y disfrutamos de una geografía y una climatología que nos sitúa en el mismo centro de un fabuloso jardín del edén, ¡alabado sea el señor!
Nuestra civilización se desarrolló gracias a las bondades del trigo, la viña y el olivo, que nos proporcionaron prosperidad, luz, pan, vino y aceite de oliva para bendecir la mesa y comer juntos en familia.
Gracias a los amigos de Monte Nevado he buceado en los últimos años en el conocimiento de la dehesa mediterránea, que es esa reserva natural intacta en la que crece la encina, el alcornoque o el quejigo que proporcionan sombra, alimento y cobijo al cerdo de raza ibérica, un prodigioso animal de finos andares que compromete su vida de marajá para que nos sintamos en la mesa los seres más privilegiados de la creación.
Así, gozamos con sus prietas carnes frescas o curadas, que adquieren forma de secreto, pluma, lagarto, panceta, salchichón, chorizo, lomo, paletilla o su majestad el jamón 100% ibérico, que en su añada 2014 se presenta como “mejor jamón del siglo” por la gran cantidad de bellota, temperaturas favorables y lluvias abundantes de una montanera 2013-2014 que prolongó hasta sesenta meses su curación.
Y para que demos fe de tanta hermosura, seleccionaron las mejores piezas, estuchadas y empaquetadas irreprochablemente como grasos objetos del deseo para que alucinemos con su infiltración y su sabor inconfundible, ¡viva el jamón ibérico, redios!
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