Especialistas en cabrito, tostón y chuletas
Grato ambiente popular, embutido sin rival y una cocina sencilla bien atendida
La crónica de hoy es la de un establecimiento de raza que lleva cincuenta años alegrando al personal en el mismísimo barrio de Amute, frente al aeropuerto y pegadito a la iglesia de Capuchinos, que en mi época de infante y pantalón corto, oficiaba misa más tarde que en la parroquia de nuestra Señora de la Asunción y del Manzano. Por eso, hasta allá volábamos siendo chavales de la mano de mi madre cuando llegábamos tarde a misa de doce en la calle Mayor, pues todo pichichi sabía que si no estabas listo en tu banco para escuchar las escrituras, esa misa no contabilizaba y debías de salir pitando en busca de otro templo perdido, como Indiana Jones, para no irte de cabeza al infierno, ¡qué tortura, madre mía!
Mi madre nos agarraba por el pescuezo a los cuatro hermanos y a mi padre, nos metía a todos en su Renault cinco rojo y ponía pies en polvorosa rumbo a Capuchinos, que empezaba los oficios media hora más tarde y nos libraba de todos los males y de la quema pontificia a los más tardones. Y así un domingo tras otro, con el consuelo de que al salir tomábamos el aperitivo en el desaparecido vivero de mariscos Güell, que se ponía hasta el tejado de vecinos y forasteros comiendo gambas y langostinos a la plancha, bígaros, camarones, lapas, percebes cocidos y almejas a la plancha escoltadas con albariños y botellines de tercio de cerveza fresca.
Antes de ir para casa a zamparnos la paella o atizarle a la fuente de macarrones con chorizo y queso gratinado, ¡el barrio de Amute era una fiesta!, visitábamos el taller de carpintería de Avelino, el ebanista “residente” de la familia, que vive y colea con toda su herramienta frente a Casa Manolo y aún recuerda que pasé toda mi infancia pegado a su mesa de trabajo, sepultado en viruta de madera y atolondrado con el tufillo del “xylophène”, un liquidillo que fulmina la carcoma y te deja medio colocado un rato, con flojera y sonrisa tonta. Para rematar, echábamos un último vistazo a “Bañeza”, que era un local pequeño lleno de maravillas y antigüedades en el que dábamos vueltas como lelos, esperando tropezar con un Brueguel o un Fortuny en paradero desconocido, ¡qué ilusos!
Así que rodeado de todos estos recuerdos más vetustos que las fábulas de Samaniego, sigue en pie más viva que nunca Casa Manolo, manteniendo esa obsesión del fundador por ofrecer buen embutido ibérico y exponer muchos jamones colganderos, sinónimo de felicidad y bonanza, pues cierto es que se te nubla la vista cuando franqueas la puerta y al primer golpe ves chacina fina filipina, ¡qué maravilla! El patrón estuvo currando en el bar Real Unión de la Plaza de España y en el Anastasio, así que de casta la viene al galgo y ese nervio que aún conserva y lo lleva con sonrisa y paso firme por las mesas, es el resultado de una vida entera dedicada a sus clientes, que llegan desde Francia o en el puente aéreo desde Madrid o Barcelona. Son muchos los que de buena mañana encargan su cochinillo a Manolo, embarcan rumbo a Hondarribia, recogen su equipaje y allí se plantan para metérselo entre pecho y espalda con un Ribera del Duero, ensalada de lechuga, cebolleta y muchas patatas fritas. El patrón, verdadero fenómeno, tiene a su vera a su hija Mónica, a Iván en la cocina y a su primo José en la barra, que es el que se curra los torreznos, la careta de cerdo frita, la tortilla de patata y corta el chorizo, el salchichón y el morcón con su pellejo.
Les contará que acaba de volver tras recuperarse de una operación de rodilla y echa en falta el televisor en la sala, porque tras la reciente limpieza de cara del local, se lo quitaron para facilitar el acceso a la nueva terraza y ahí lo dejaron al pobre sin su aparato, con el Mundial de fútbol recién empezado, hecho un manojo de nervios. El comedor es chico y coqueto, pero la nueva terraza se sale del mapa, pues podrán fumarse su habano mientras le dan boleto al surtido de ibéricos traídos desde Salamanca o a las croquetas de jamón. Como les dije al comienzo, la casa sienta sus reales alrededor del asado mesetario, así que no se pongan morados con los entrantes y dejen hueco para el cabrito lechal -se cogen encargos para llevarlo a casa-, el tostón, las chuletillas de cordero fritas, el solomillo a la pimienta o la clásica chuleta de vaca. Si son más de pescado, ¡qué quieren que les diga!, hay rape y merluza, pero Casa Manolo lleva entre sus clientes fama de ser el Curro Romero de los asados, ¡ole!
Casa Manolo
Bº Amute 39 – Hondarribia
Tel.: 943 64 27 92
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO Alto – MEDIO – Bajo