Si conocen las faldas de la Sierra de Cantabria y las extensiones del valle del Ebro y del bajo Najerilla, sabrán que en fiestas se andan con poca broma y las lían pardas, pues visten a los santos, los sacan de paseo en procesión y guisan calderetas, bebiendo y zampando como si fuera a terminarse el mundo.
Por aquellas tierras corre el vino por los caños y los monjes llenaron sus damajuanas con bebercios parecidos al que hoy referimos, que lleva sus trasiegos y una crianza de un año bien largo en barrica de roble.
Es trago para ponerse morado, licoroso, con los típicos aromas tostados de la madera y un final cálido y persistente que se te queda prendido en el morro como el humo de una hoguera en el campo se te agarra a la chaqueta.
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Precio aprox.: 13 euros