Platos simples y suculentos
Marco sencillo y servicio familiar con una tradición culinaria casera
A esta sidrería de pedigrí hemos ido muchas veces en aquellos tiempos en los que combinábamos el calcetín rosa de “Burberry” con el mocasín reluciente de “Sebago”, plantándonos esa trenca azul marina con la que podríamos haber embarcado rumbo a Terranova en la misma carroza que Paquito Clavel. Cierto es que el destino era bien distinto, pues la única pretensión de aquella puesta en escena era seducir a las chicas francesas en las boleras de Irún, pensando que de aquella guisa quedarían seducidas y llegaríamos hasta esa zona localizada en el cerebro que controla sus emociones, desplomándose a nuestros pies, rendidas y enamoradas.
Y nada más lejos de la realidad conseguíamos, pues ninguna criatura se acercaba a menos de treinta y cinco metros y terminábamos bebiendo cervezas o lisos de anís del mono en el desaparecido “Old Song” de la calle Cipriano Larrañaga, canturreando melodías antediluvianas. Todo muy poco apetecible para el género femenino, como habrán podido comprobar, pues entre unos cuantos malajes y en muy poquitas horas éramos capaces de erigir el mayor monumento dedicado a la “cochambrería” que en la cuenca del Bidasoa se haya visto jamás. Con unas irreprimibles ganas de seguir liándola parda, poníamos rumbo a otras localidades vecinas a lomos de ciclomotor con la sana intención de repetir el ritual y comprobar si el problema era estratégico o el sistema operativo tenía “fallas” en su composición.
Uno de esos destinos en los que gozamos como tigres fue Rentería, por la que todo el mundo pasaba al volante camino de la capital y que de un tiempo a esta parte, desviada ya de la carretera principal, no ha tenido más remedio que adaptarse al cambio de los tiempos, pues fundida su industria no le quedó más remedio que renovarse con elegancia y salero, como esas damas que provocaron grandes destrozos y aún llevan mecha para llamar la atención de la concurrencia cuando hacen acto de presencia, provocando ese característico silencio sepulcral en la plaza, ¡qué divertido!
Para no seguir por los cerros de Úbeda y camino de Baeza, centraré la jugada para explicarles que la sidrería Donosti que hoy nos ocupa, la recogen en su memoria muchos golfos, zampones, comerciales y trotamundos como ese lugar en el que siempre se comió y se bebió de escándalo, pues pertenece a ese reducido grupo de locales que aún mantienen viva esa herencia de usos y costumbres de la forma de vivir y disfrutar de antaño, sin chorradas, a calzón quitado y en un ambiente que mezcló siempre al baserritarra con el empresario papelero, los hosteleros, electricistas, maestros de las escuelas Viteri, fontaneros o los de la funeraria. Siguen en la misma ribera del río Oiartzun y a dos pasos de la desembocadura de Pasaia, a poca distancia de aquellos depósitos de “Campsa” que todos recordamos como colosos que habrían podido arder en llamas, ¡qué miedo!
Nuestros protagonistas pusieron ya en marcha en 1982 complicados métodos de mercadotecnia, instalando entre las kupelas un aparato de televisión a color con su mando a distancia, para atraer a la clientela con el reclamo de los partidos de fútbol del mundial de “Naranjito”. El aitona Juanmari inauguró aquella bajera como un humilde almacén de vinos hace ya tiempo, y Jokin, Eli, Joaquín y María Pilar han sido los garantes para que el establecimiento siga ofreciendo los mejores tragos de sidra a los que se arriman hasta sus estrechas mesas, pues es difícil ofrecer mayor felicidad en menos metros cuadrados. El punto fuerte de la casa es su ferviente adoración por la sidra, pues la consideran un “niño Jesús” al que venerar y presumen de la selección que llevan a cabo, pues consiguen las mejores botellas de todo el territorio, Mina, Barkaiztegi, Bereciartua, Oiarbide, Petritegi o tantas otras, para que su clientela pueda disfrutarlas con gran deleite.
Así pues, el marco es sencillo, el servicio familiar y repara el apetito de la concurrencia con una tradición culinaria casera que aflora en varios platos, tan sencillos como suculentos. Anótense el buen jamón recién cortado, los espárragos gruesos y bien seleccionados o la ensalada mixta, con sus tropezones. Luego, la cosa se pone seria con la tortilla de bacalao, plato obligado y bien condimentado, el bacalao frito con mucha cebolla y pimientos verdes servido en fuente generosa o las mismas tajadas sepultadas en una graciosa salsa de tomate bien trabajada, que tiene la virtud de la autenticidad y es una cazuela deliciosa. Para terminar, asan las chuletas sobre las brasas, muy cerca de esa pila fregadero en la que aún refrescan las botellas de sidra y de la que algún despistado se sirve el agua. Las guarnecen de lechuga tierna con cebolleta y son de extraordinaria calidad, exhalan un olor delicioso, sonrosadas en su interior y de textura mantecosa. Hagan como recomendaba José María Busca Isusi, “no tengan reparo en coger el hueso con las manos, arrancando con sus incisivos el sabroso periostio y cuando los huesos estén mondos, pidan un buen queso de Urbía o Urbasa”.
Sidrería Donosti
Zamalbide 8 – Rentería
Tel.: 943 526 041
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Sidrería
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO Alto – Medio – BAJO