Langostinos y “pescaíto” frito a tutiplén
Una tasca marinera frente al río Guadalquivir y el Parque de Doñana
En casa siempre alucinaron con el desfase vital de los andaluces y siendo bien chaval, me quedaba patidifuso cuando los mayores contaban las historias fabulosas que sucedían en cualquier callejuela de Andalucía. Como muchos saben, mis viejos tuvieron una tienda llamada Margarita en la que curraron de sol a sol, sin aliento y sin desmayo, siguiendo a pies juntillas aquello de “quien tenga tienda que la atienda, y el que no, que la venda”. Y así curraron como picapedreros, desapareciendo un mes al año para embarcarse en los viajes misioneros del padre Echenique, que se dedicó a reunir a una gran pandilla y a pasearla por el mundo.
Y en aquellas aventuras conocieron a Josemaría, a su tía Maruja y a un rebaño de señoras locas que subían al avión en Madrid con abrigo de visón a dos grados bajo cero, y en mitad del vuelo asaltaban los baños para salir medio en pelotas, vestidas con dos trapos y el culo en pompa, listas para desembarcar en Delhi con una chicharra de espanto. Les hablé al comienzo del embrujo andaluz, porque en estas aventuras hicieron migas con una familia sevillana de la Avenida de Miraflores y su veneno sureño los empapó poco a poco, hasta que finalmente caímos todos contagiados. Nunca conocimos semejante capacidad de disfrute y de convocatoria, pues aquella gente llamaba a los amigos a medianoche y aparecía en pocos minutos un verdadero tumulto con tremendas ganas de farra, ¡menudas bestias pardas!
Pasan los años a toda pastilla y sigue aumentando esa pandilla en forma de nuevas ramas que no son otra cosa que más peña divertida con mucho tronío, la mejor herencia que me dejaron mis padres. Así, van aterrizando sobrinos chicos, cuñados, amigos, nietos y demás parentela bulliciosa, entre la que destaca últimamente el amigo Tony Kirkendall, que calza apellido de ministro de exteriores finlandés y de vivir sabe tela marinera. Como buen hijo de norteamericano e italiana, corre por sus venas esa sangre caliente que lo lleva por el mundo tras el rastro de lo comestible, masticable y bebestible, siendo capaz de levantar el teléfono a la una de la madrugada para encargar dos kilos de langostino, sin que al otro lado del aparato le lancen sapos y culebras o quieran partirle la cabeza, no se si me entienden. Así se las gastan en Andalucía. Piensen ustedes en su bar del alma en el que les sirven las cervezas, llamen a una hora intempestiva para encargar alguna golosina y verán qué divertido.
Así que para entrar en faena de una santa vez les iré guiando al local que hoy nos entretiene en Sanlúcar de Barrameda, al que podrán llegar sin mayor pena ni gloria escuchando las indicaciones de su navegador o deteniéndose en el camino, bajando la ventanilla y preguntando al lugareño. Pero les aconsejo que agarren un Mini robusto y arranquen por la ruta del arroz, camino de Coria del Río, cruzando en barca y enfilando por los caminos de invierno franqueando naturaleza salvaje, calamones, garzas reales, flamencos y cigüeñas, hasta que aparezcan gaviotas, huela a Doñana y a langostino cocido. Todo el mundo debería visitar una vez en la vida Bajo de Guía y ese paseo abierto al mar con un punto de fuga bien curioso, pues el horizonte alumbra un descomunal mamotreto que no es plataforma petrolífera ni el famoso buque de recreo de Piolín y Silvestre, ¡es el barco hundido del arroz!, con una curiosa historia que no desvelaré para no desviarme un segundo más del asunto que hoy nos reúne, que es plantarnos de una santa vez en el Joselito Huerta. Esta tasca marinera de postín arrancó su andadura en 1955, cuando Pepa y José se trasladaron hasta allá desde Jerez de la Frontera para ganarse la vida, abriendo una cochera y dedicándose a los marineros de la zona, que después de faenar se echaban con ellos algún que otro trago de manzanilla de la tierra. Poco a poco el lugar encendió la lumbre, se liaron a guisar, cocieron marisco, frieron pescado y como no tenían nombre y por entonces triunfaba un torero mejicano llamado Joselito Huerta, así se bautizaron, por las comparaciones del éxito del diestro con la mano prodigiosa de Pepa y José en su tasca.
Y ahí siguen sus hijos atendiendo el teléfono a horas intempestivas, como les conté, preocupados por una clientela, que como el amigo Tony, acude a la llamada del langostino de la zona recién hervido, brillante y resbaladizo. Ese mismo que extendido sobre la palma de la mano alcanza desde el extremo de los dedos hasta la correa del reloj, y al que si se te ocurre tirar del bigote, no parte. Si eres un poco espeso y quieres seguir haciendo malabares para demostrarte que estás ante un langostino de bandera, prueba a anudar sus bigotes y verás que tampoco rompen, señal inequívoca de una categoría que revienta en vítores cuando descubres bajo la cabeza ese coral cremoso que haría perder el sentido hasta al más rancio e inapetente ermitaño. Pero eso no es todo, amigos, porque pronto llegará la temporada de galeras y en Joselito sirven las mejores hembras que los aficionados chupan y mordisquean hasta que les sangra la boca, ¡qué dolor, qué dolor!, ya lo decía Raffaella Carrá.
Las huevas de corvina cocidas son destacada especialidad, si las pelan y tienen el pellejo gomoso, como la salchicha chunga, ¡eureka!, es señal inequívoca de irreprochable calidad y las de la casa rompen la pana. Pidan salsa mahonesa y pónganse tibios, chupen, beban, brinden, partan el pan y unten el pringue que los chipirones fritos con sus tripas, las puntillitas, las acedías, los “tapaculos” o los salmonetes dejan en las bandejas. Rebañen la salsa de las coquinas al ajillo, por el amor de dios, y rematen con un tocinillo de cielo, admirando a José detrás de la barra, a Bartolo echando vinos y al bueno de Manolo, que es quien pilota la sala con proximidad y sin caer jamás en el compadreo.
Joselito Huerta
Bajo de Guía 30
Sanlúcar de Barrameda – Cádiz
Tel.: 956 36 26 94
http://joselitohuerta.es/
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca marinera
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO 60 €
Ole!
Con esas palabras haces que el trabajo que hacen sea reconocido, y como dice Bartolo «alli los dueños son sus clientes» que vuelven reconiciendo asi sus grandes meritos en servicio y cocina.