La Matita

O del paraíso para todo el vicioso de la caza que se precie.

Primitivo Jr., Jesús y Pepe se lo curran de lo lindo en este restorán a pie de carretera.

Primitivo padre, bregó con Cándido codo a codo, consiguiendo el honorable puesto de jefe de partida de asados durante veintidós años y hasta 1975, año en el que seguían matando todos los días los cochinos guardados vivos bajo la planta principal del restorán, igualito que los reportajes sobre China del National Geographic que nos pasan los domingos en los que rajan el cuello a las serpientes un segundo antes de meterlas en tomate picantillo.

Ya doctorado y bien curtido, abrió el reputado “Las Columnas” segoviano, que mantuvo en marcha durante años, hasta dar el salto a “La Matita”, que es como llaman por aquellos lares a las buenas fincas, que tienen a la de “Pirón” o la de “Rosueros” como los mejores ejemplos de natural belleza y máxima singularidad.

Sus hijos, Primitivo Jr., Jesús y Pepe, se lo curran de lo lindo en este apacible restorán a pie de carretera que los fines de semana se convierte en un ir y venir de familias hambrientas de cocina típica y platos regionales que no acostumbran a zamparse entre semana, desorientados con tanto trajín en casa, ¡ring!, despertador, ¡ring!, ducha, corriendo a llevar a los chavales, clases de judo, el patinete, ¡recógelos!, vuelta a clases de órgano Hammond, mi mujer en yoga, la abuela en solfeo, no llegamos ni en broma a la reunión de catequesis y no habrá más remedio que cenar recalentado en el horno microondas, ¡argh!

Si son viciosos de la caza, huelen la pólvora o escuchan disparos y se les acelera el corazón pensando en escabeche de perdiz, pepitoria de faisana, liebre guisada en su sangre y becacinas al oloroso estofadas en sus cacas, entonces, sepan que los hermanos organizan en invierno celebradas jornadas de caza “con gustos costumbristas renovados sobre la vajilla” (sic), entrecomillado que suena a capa raída de pastor zamorano, pero viene a decir que la casa se lo guisa como siempre se hizo pero con su puntillo, no se si me explico, ¡vaya!, que no pudren la carne antes de meterla en la perola, ni les salen salsas gruesas como galipote, ni visten los platos con brocados cursis de tomate o puré de patata escudillado.

Ofrecen comida más mundana, ¡reine la calma!, incluso confeccionan atractivos menús de la casa, que por pocas perras pondrán a su alcance buenos calderos de sopa castellana con su pimentón de la vera o judiones de la granja estofados e ilustrados con chorizo, morro de cerdo y buen refrito, cochino asado y postre, aunque si tengo que ser sincero, que es de lo que se trata y para lo que este periódico me paga, abandónense en brazos del lechazo, del que tendrán primeras noticias cuando hagan su reserva telefónica, “¿comerán cordero?”, les preguntarán, digan que sí y encarguen al menos un cuarto delantero nada más empezar a hablar.

Les ocurrirá que agarrado el auto y haciendo kilómetros, a eso del mediodía, sentirán un agujero negro en el estómago reclamando calorías, seguido del típico rugido de la Metro Goldwyn Mayer, y así, agitando la cabeza verán señales típicas de gasolinera con tenedor y cuchillo cruzado e imaginarán bollos suizos, pinchos de tortilla, olivas encurtidas, patatas fritas, sándwiches fríos de pavo y café, debiendo rehuir la tentación como el pobre san Antonio, que como saben, se mantuvo en pie de guerra tentado por la lujuria, el poder y las riquezas; sean pacientes y aterricen hambrientos en Collado Hermoso, salvando los negros nubarrones del apetito del camino, pues viajan al mismísimo corazón de una tierra de asados.

El corderito que les aguarda proviene de Sacramenia o quizás de algún otro despacho de carne en Boceguillas, una vez llega a la cocina y ante la boca del horno, lo sazona Pepe generosamente y lo asa en bandeja de barro, con las costillas mirando al cielo y el pellejo apoyado sobre el recipiente, dedo de agua y noventa minutos a plena chicharra; pasados los cuales se voltea, unta de manteca, se espolvorea con un buen tiento de sal y agua, regresando de nuevo al calvario hasta que torra de forma homogénea, eliminando el exceso de grasa, queda consumido en hebras sonrosadas y tiernas que trincharán ante sus ojos y vestirán de verde, con ensalada.

Antes de ponerse morados de asado, inicien la marcha con chorizo de jabalí o unos tacos de queso curado en aceite que podrán tomar disimuladamente en la barra, acompañados de cervecita helada; también merecen paseíllo las morcillas fritas, el chorizo de olla, los huevos estrellados con picadillo magro de matanza o la perdiz escabechada en ensalada, con escarola y finos rubíes de granada.

Antes de marchar métanse una ración de ponche segoviano y pregunten por los azulejos pintados por el mismísimo Ignacio Zuloaga en 1945, ¡sorpresas que da la vida!

La Matita
Ctra. de Soria, km. 162
Collado Hermoso-Segovia
Tel.: 921 403 077 / 921 403 140
www.restaurantelamatita.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO 50 €

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