Laia

O de un asador en un particular Llobregat.

El olor a brasa levanta de la caja a un muerto y desconcentra al más avezado empollón.

Si abren “Fuenterrabia, noticias históricas” por las páginas 45-49, edición impresa en 1942 en San Sebastián, escrito por el Conde de Llobregat, podrán leer que para su defensa, tuvo nuestro pueblo costero el recinto amurallado y el castillo, una de las primeras fortalezas de la provincia cuya fundación debemos a Sancho Abarca, que aprovechó viejos cimientos para levantarla; según parece, Sancho el Sabio la fortificó, Enrique IV -un enamorado de la sopa de gallina, recordado por su aliento a ajo y tufarada en los pies- encomendó su custodia y conservación a la villa por haberla arrebatado al mariscal García de Ayala, que se hizo fuerte en su interior, y el emperador Carlos IV levantó su severa fachada, con un escudo de piedra e inscripciones sobre la puerta principal, de los que hoy solamente quedan sus huecos, si se fijan.

¡Qué no podría contarnos este edificio, de los señores que conoció y de los sucesos de los que fue testigo! Nos dice el Conde que fue castillo-palacio en el que se alojaron Carlos V, Felipe III y IV, capitanes generales y gobernadores; sus cuadras cobijaron a grandes caballeros del país, Juan de Gamboa o el Almirante Oquendo, que cumplió condena allá encerrado por una mala respuesta dada al consejo; también cobijó al Duque de Alba, gobernador del castillo con apenas dieciocho años, a Garcilaso de la Vega y a los turbulentos Marqueses de Villena y al de Spinola, vencedor este último en Breda e inmortalizado por Velázquez en su famoso cuadro “Las Lanzas”, que sintiéndose enfermo un día de febrero de 1606, regresando de Flandes, se hospedó allá, siendo sangrado por un médico que le enviaron desde Oñate.

A muy pocos metros del asador Laia que hoy nos ocupa, sigue en pie la hermosa finca “Llobregat”, propiedad que sirvió de guarida al Conde y lo entretuvo alejado del mundanal ruido, concentrado en el estudio de las principales familias hidalgas y todos sus hijos, que durante generaciones, contribuyeron a la vida de la ciudad en que vivieron, desempeñando en ella todos los cargos, desde escribanos hasta alcaides, comandantes o jueces, sin que faltaran sacerdotes, vicarios, bizarros capitanes que lucharon dentro de sus murallas o marinos ilustres que lo hicieron en lejanos mares con espíritu aventurero, buscando fortuna en nuevas tierras.

¿Hubiera podido redactar sus escritos el de “Llobregat” con los efluvios de la parrilla de Jon Ayala? Porque por todos es sabido que el apetitoso olor a carne o pescado asado sobre brasas es capaz de levantar de la caja a un muerto y desconcentra a los más avezados empollones; así que, afortunadamente, el Laia es de manufactura reciente y no le distrajo con sus perfumes, pudiendo así bucear entre legajos y describirnos, también, el terrible sitio sufrido por Hondarribia en 1638, en el que el valor y el recio temple de sus habitantes constituyó un grandioso ejemplo de hombría, según parece. Eso sí, rendido el enemigo, se cometió una grave injusticia, pues los mayores honores fueron para el Conde-Duque de Olivares, que no se había movido de Madrid, al que se le concedió título de adelantado para el perpetuo gobierno de Hondarribia y doce mil escudos de renta al año.

Por el contrario, Diego de Butrón, verdadero defensor de la plaza, tuvo que ser recomendado a la corte en carta particular exponiendo los gastos que había sufrido para mantener la tropa, su pericia militar y su generosidad en dar la plata para fundirse en balas. Total, que la casa de Butrón es una de las pocas en la calle Mayor de Hondarribia que carece de merecido escudo de armas, así que antes de acudir a comer, toca reconciliarse con el personaje en el Paseo de Butrón de la localidad costera y rendirle pleitesía tomando un vermú fresquito con aceitunas, ¡salvas de honor!, ¡pum, pum!; y luego, ¡arreando!, acudan al Laia y disfruten de sus reputados asados.

Es difícil encontrar una ensalada ilustrada digna de mención, así que aprovechen para chapotear con pan en la vinagreta de la que ofrece esta casa, porque está bien buena, con sus pedazos de bonito, olivas, huevo duro, tomate y lechuga tierna; los piquillos de Lodosa los asan dos veces y están estupendos como entrante, se derriten nada más entrar a la boca y son un delicado aperitivo antes de seguir con el verdadero florón de la casa, el asado emparrillado de setas, verduras de todo tipo y condición, pescados y carnes: los hongos están estupendos y las kokotxas, el tronco de merluza, el mero, el rape, el cogote, el rodaballo o la chuleta están tocados con la singular finura que le proporciona la magnífica mano izquierda y un golpe de “ajilimojili”.

Los ventanales ofrecen vistas maravillosas hacia “Llobregat” y las faldas de Jaizkibel, la sala la pilota Arantxa y todas las mesas, vestidas con sobriedad, reúnen sillas “Y” para culos anchos, cómodas y sobresalientes por su diseño limpio y ligero, un modelo concebido por el arquitecto Hans J. Wegner en 1950.

Laia
Arkolla auzoa 33
Hondarribia-Gipuzkoa
Tel.: 943 646 309

www.laiaerretegia.com
info@laiaerretegia.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO 60 €

5 comentarios en “Laia

  1. M. S. Vicuña

    La finca NUNCA se ha llamado «Llobregat», sino «ZULOAGA AUNDI». Llobregat era el título que llevaba y que le fué concedido a Don José Manso y Solá, en 1845 y que era el abuelo del autor del libro. Fué un prestigioso militar, nacido en la alta montaña de Cataluña (Borradá) y que participó en la Guerra de la Independencia contra Napoleón. Fué Teniente General de los Reales Ejércitos y senador. Una hija suya (Carmen) casó con Xavier Barcáiztegui, y por ahí llegó el «Llobregat» a Hondarribia. La casa «Zuloaga Aundi» la mandó construir Don Martín Saenz de Zuloaga y Urdanibia hacia 1500, luego, indudablemente el nombre auténtico es «ZULOAGA AUNDI»

  2. David de Jorge E. Autor

    MSVicuña es usté un verdadero pozo de sabiduría, pero en mi barrio, que está a dos pasos de allá, siempre hemos llamado a la finca «Llobregat»! viva Llobregat!

  3. M. S. Vicuña

    Mi barrio es el mismo, aunque un poco más abajo y he estado en Zuloaga Aundi muchas veces con los antiguos propietarios.
    El error parte de que en el arranque de la subida, en Kosta, el cartel ponía: «LLOBREGAT, Zuloaga Aundi». Éso es como cuando se escribe una dirección en una carta: Don Fulano, finca «XXX». Y por eso es la confusión que ha habido. Se ha destacado más el «apellido» (en este caso el título del conde)que la dirección (o nombre) de la casa.

  4. Pepe

    Es cierto que la finca se llamaba Zuloaga Aundi pero a la cuesta hoy de Arkoll, se la llamó siempre Cuesta de Llobregat

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