A table avec les politiques

O de que lo que nos sirven nuestros políticos es una auténtica moñorda pinchada en un palo.

Auberge Kaiku. Ayer cumplí 37 boniatos y corrí a celebrarlo con mi chica a San Juan de Luz, hermoso pueblo costero de la corniche (no confundir con cornichon), que como ustedes ya sabrán, está a dos pasos de casa y muchos ni aciertan a colocar en el mapa. Cosas del norte. Corrían dos gatos por sus calles y soplaba una brisa deliciosa, de esas que ayudan a ponerse un jerseycico y chuparse una cerveza helada. Lástima, cayeron tan sólo tres Perrier bien frías.

Quedamos con mesié Sánchez-Ostiz y lo pasamos pipa. Dimos luego buena cuenta de unas ostras bien gordas y unos magrets de pato asados con melocotón y papas fritas. Miguel, más que hablar, dicta libros cuando conversa y es una delicia pillarle al vuelo tanto palabro hermoso, quiebros, duelos, azotes y flores que lanza en trepidante y animada charleta. Vaya tío. Hablamos de libros, sí, y un buen rato. De esa piel de gallina que a uno le arrebata y lo consume cuando devora el relato perfecto, el poema necesario.

Pandilleros. Qué verdad más grande es esa de que las pandillas enfrentadas en cuestiones de libros y escritores, son una auténtica canallada. Reivindicamos durante un buen rato el derecho de que a uno le encandilen los pasajes más dispares de todos los escritores que quiera echarse al coleto. ¿Por qué ha de ser Umbral incompatible con Auster, Melville con Céline, Fante con Balzac o Bukowski con la madre que parió a Virginia Woolf? ¡Leches! Eso de hacer grupitos y enfrentarlos es de un asqueroso que revienta. Se lo he dicho este mismo mediodía a Martín Berasategui, aplicado a la cocina, y le brillaba el ojo con mi entusiasmo: es verdad, -me decía-, puta verdad. Reivindicamos un bocadillo de queso o un jarrete del amigo Fermí Puig junto a la comida sideral de cualquiera de nuestros locos cocinetas que pueblan la estepa armados de sifones, lecitinas, tallos, jugos gelatinizados, velos o la mandanga que les venga en gana ponernos en el plato. Creo que está claro que en este blog luce el goce de la buena mesa, el comercio y el bebercio y nos pirrian tanto o más los interminables capítulos como los escuetos, breves y sintéticos versos de los poetas que calzan braga de neón y pantaloneta de gore-tex. Por cierto, Miguelo es el puto amo, certero, sensible, insaciable, inabarcable. Dice verdades y obviedades como cebollas de gordas. Tan fácil y tan difícil.

Políticos en fr3. Ganas tenía de hacerles un comentario de este asunto, pero con la extensión que calza ya este post, me temo que debo ir ya corto-cambiando. Si tienen oportunidad de sintonizar fr3, no se pierdan mañana sábado la reemisión, dios mediante, del escalofriante A table avec les politiques, una joya del realizador Frédéric Lepage, que en 55 minutos de gozosa grabación, muestra el universo gourmand de Michel Rocard, Jack Lang, Valéry Giscard d’Estaing, Jacques Chirac, Roland Dumas, Nicolas Sarkozy, Roseline Bachelot o Alain Juppé. El resultado son treinta años de vida política vistos desde la mesa de pase de la cocina. Lepage y Philippe Lézin se han currado un guiso de entrevistas veteadas de imágenes de archivo y de recetas de cocina política, que le dan a uno ganas de dar chirivueltas y ponerse a canturrear la marsellesa. Nos adentran, los muy cabrones, en la recocina de la república a través de las cenas oficiales, las comidas de campaña, los encuentros secretos y nos demuestran, sin lugar a dudas, que la política en Francia la ejercen sentados a la mesa. Con la servilleta anudada al cuello.

Buaaaahhhhh! Uno babea, lagrimea y se da cuenta, irremediablemente, de que lo que hoy comen nuestros putos políticos debe de ser una auténtica mierda pinchada en un palo servida sobre una pelotilla con todos sus sacramentos. Vaya panda de asquerosos e hijos de la gran chingada.

Crédito fotográfico by Herval