Venta Muguiro

A mitad de camino entre Pamplona y San Sebastián

Toda mi infancia la pasé enviando señales mentales a mis padres para lograr desviarlos del camino a casa e intentar tomar el aperitivo. Montábamos en el coche y en cuanto iniciábamos la marcha me ponía modo “güija” tratando que las fuerzas del cosmos empujaran el volante hacia los tascos que exhibían unas barras de pinchos de verdadero infarto. A veces sonaba la filarmónica de Berlín y en vez de llegar a las lentejas o a la sopa de calabacín de casa, nos plantábamos frente a las tortillas de patata del viejo Yola, el Zabala, el Tres Hermanas o las bandejas de marisco y calamares fritos del Faro, el Bar Rafael o el desaparecido cocedero de mariscos Güell.

Domingos y fiestas de guardar salíamos de misa de doce y media de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción y del Manzano y repetía el mismo ritual invocando a Yemayá, Ochun, Chango y los dioses griegos del papeo para poner rumbo a la Juanita de Ibarla, al Patxiku Enea de Lezo o al self service La Oca, que a mis ojos de infante era algo similar a la visión que tuvo Howard Carter ante los sellos lacrados de la tumba de Tutankamón, “¿qué ves?”, le preguntaron, “¡cosas maravillosas!”. Muchos recordarán aquellas gloriosas colas de la calle San Martín que daban vuelta a la manzana y la emocionante acumulación de guisos y bandejas de lasañas, canelones, pollos, filetes empanados y patatas fritas. De postre flan, copa de la casa, tartas o torrijas y salíamos a la calle más contentos que Tato, un torero que perdió una pierna entrando a matar en la madrileña plaza de toros de la Puerta de Alcalá. 

El restorán de hoy es un clásico entre los grandes, pues lleva allá apostado a la vera de la carretera desde el mismísimo siglo XIX, pues los caminos ofrecían resguardo para viajeros y diligencias en esa vía que comunica el Cantábrico con Baraibar, la Sierra de Aralar, Pamplona y toda la mejana de la ribera del Ebro camino de Gallur, Tauste, Borja, Tarazona y todas las vegas que discurren bajo el imponente Moncayo. Llevan muchos años dando de comer al hambriento y de beber al sediento y fueron adaptándose a los tiempos, encajando su fisonomía en las modificaciones que sufrieron los senderos, convertidos ahora en ese asfalto por el que vuelan camiones, utilitarios y furgonetas a toda mecha. Cuenta a su favor que siguen guardando la esencia de casa de comidas de siempre y al franquear la puerta mantienes intactas las mismas sensaciones que sentías de crío, cuando entrabas en pantalón corto deseando sus fuentes de fritos o de huevos con patatas y txistorra.

Es ya la sexta generación peleándose el jornal, convertidos en lugar de culto y dejando atrás su condición de restorán “de paso”, pues son muchos clientes y familias las que corren hasta allá para alegrarse el espíritu y el estómago. Hoy peinamos canas en la huevada los que visitábamos aquello de chavales y recordamos el lugar con cariño, pues mantienen vivo el espíritu de mejora y de agradar a todos los que se instalan en sus mesas, tras aparcar el carro en el exterior. Cambiaron cuadras y arreos por un parking gigantesco y lo que no modificaron es esa cocina sencilla y de raíz que entusiasma a grandes y pequeños. En el bar pueden trincarse unas raciones si no quieren perder tiempo y seguir ruta, pues muchas veces nos ponemos como boas constrictor y luego no hay forma de conducir. Ofrecen café mañanero, caldo con chorizo cocido o un simple bocadillo de jamón y no es raro ver por allá al mismísimo Alicio, titán del viejo Ibai y oriundo de la vecina Aldatz, instalado en su barra metiéndose entre pecho y espalda unos callos con su pata de ternera o una lengua en salsa con dos tragos de rosado. Detenerse hoy en carretera es una aventura arriesgada, pues abunda el bocata chungo de gasolinera y desaparecieron del paisaje esos locales en los que ponen los pucheros al fuego bien de mañana. Deténganse en Venta Muguiro y comprueben la calidez y la calidad. El servicio es familiar y acogedor, no tienen un minuto que perder y abunda el comensal de toda la vida que mastica orgulloso las sabrosísimas croquetas de jamón o rebaña con pan la grasilla que dejan sobre la bandeja las hermosas y tersas anchoas del cantábrico. Para los desgraciados que cuidamos la línea ofrecen verduras y ensaladas aliñadas con gusto y proteína de mordisco, pero triunfa el cuchareo y el plato hondo para ponerse ciego a sopa de pescado, garbanzos, lentejas, pochas viudas o con alguna almeja y alubia roja con sus sacramentos. Por allá pasa el pescado de la costa camino de los mercados de Pamplona, así que alguna caja entra en cocina y sale convertida en merluza romana o “langostada”, ¡mundo viejuno!, cogote con su refrito de ajos o rape con patatas panadera. Prínguense con las manitas de cerdo en salsa, los callos o los morros, el cordero al chilindrón y la chuleta de ternera blanca con su guarnición. Para rematar el festín, torrijas, copa de chocolate y nata, hojaldres, canutillos de crema, goxua, cuajada, helados y queso con membrillo. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Venta Muguiro
Autovía A-15 salida 123 – Mugiro
T. 948 504 102
ventamuguiro.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO ***/*****

 

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