Taquería Doña Chepina

Un pedazo de Méjico en lo alto del barrio de Egia

En esta taquería sales pringado de grasa hasta las cartolas y esto sí es una experiencia inenarrable, en estos tiempos raros de chía, aliños acevichados y croquetas de kimchi. El panorama es un glorioso sindiós porque este lugar es un fabuloso carrusel en el que unos montan y otros bajan con cara de satisfacción, que es de lo que se trata cuando vas ilusionado a las barracas. No vayan allá los que busquen experiencias místicas ni con el último modelito comprado en Auzmendi o en COS, porque se mancharán de grasa hasta la tanga y no sacarán los lamparones ni pulverizando sobre el cerco un chorrazo de Zotal o ka hache siete.

 

Hace poco les conté que paseando por Barcelona comprobé que los chinorris y demás peña forastera se instala en los barrios periféricos, pillando los traspasos de los tugurios de toda la vida, “Cal Pep” o “Bar Lozano”, y sin tocar un centímetro cuadrado, siguen cortando jamón a cuchillo, vaciando de monedas las tragaperras o guisando callos y cap-i-pota. Los centros pijos de las ciudades están colonizados por ese pegajoso e insufrible comercio global, y para sentirte cómodo y encontrar papeo casposo y currado, tienes que pirarte lejos para tropezar con el típico traspaso gestionado por peña con ganas de prosperar, que se instala en esos locales agotados que no quiere pillar ni Bartolo.

Es el caso de este establecimiento abierto en el quinto pino y a dos pasos del cementerio de Polloe, ¡viva el día de muertos! Gestionado por una familia que se lo pelea en barra y en una cocina-cuchitril en la que hierven pucheros a todo gas, mientras una plancha escupe tortillas de trigo y maíz como si no hubiera un mañana. Con la música a toda pastilla, rancheras y demás éxitos de emisoras chilangas, el panorama es un verdadero descojono: vasos de colorines, botellas imposibles, cañero helado, neones fosforescentes con mensajes ocurrentes y una estación de coctelería estilo “Teta Enroscada” de peli de Roberto Rodríguez, llenísima de mejunjes, botellitas de Valentina, sal de agave con gusano y salsas picosas irreconocibles para reventarte el morro pimplando aguas heladas, chamoyadas, cubanas, micheladas, licuachelas o cantaritos.

La carta es infinita e inalcanzable, digan cuánta hambre calzan y entréguense al despropósito, pues ofrecen locuras como los nachos “como se los comen allá”, pringosos de guacamole, queso, adobo de chipotle, crema agria, jalapeños y chorizo fresco en tacos. Otra marranada sin fondo son los chilaquiles “guisados” rojos y verdes, pringosos de crema, pollo, cebolla y demás marranadas. Hay tacos “al pastor” con carne de cerdo, “pibil” de carnitas marinadas en achiote, deshilachadas y aliñadas con cebolla y muchos tacos más que forman un trece Rue del Percebe de mil pares: de chorizo fresco, “suadero”, “campechano” como un borbón, de ternera y chorizo, o la típica “tinga” de pollo que revienta la tortilla de maíz. Si le echan valor y vienen de jugar al rugby o de esquilar ovejas latxas, pidan las “roscas” de tacos, santígüense y encomiéndense a la paciente y virtuosa santa María de Jesús Sacramentado.

Sirven los mismos tacos “en costra”, plancheados con su queso y les dije al comienzo que no hay forma de comérselos sin salir con churretones. No hay servilleta de tela, así que tráiganse el trapo de cocina de casa y cuélguenselo en el pecho como si estuvieran en una fiesta de cumpleaños en Sinaloa. Pero el mayor reclamo, créanme, son sus “quesabirrias”, artefactos con forma de quesadilla de tortilla hecha a mano, reventonas de carne gelatinosa guisada con tomatillos, chiles secos y especias, servidas con cebolla cruda, cilantro y un cuenco del jugo de cocción en el que se untan para redondear la marranada. Llévenselas a la boca y sientan el queso crujiente, el chorreo de la carne y la oleada explosiva de un jugo graso en el que dan ganas de zambullirse, como Gemma Mengual, la nadadora de sincronizada. No podrán parar de zamparlos, tengan cuidado porque son una perdición guarrísima y adictiva. Además de cerveza Mahou bien tirada y los clásicos botellines de “negra Modelo”, elaboran las típicas guarradas bebestibles que tanto gustan al mejicano, capaz de mezclar en un vaso chorreones de salsa kétchup, salsas picantes, langostinos, zumo de tomate, purés de frutas o los típicos siropes dulces que taponan las arterias y que a este lado del atlántico son casi inconstitucionales. En Europa pronto nos encarcelarán por comer patatas fritas al jamón. Ármense de valor y al toro, que no hay un minuto que perder, remanguense, aparquen la tontería y pónganse hasta arriba. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Taquería Doña Chepina
Ametzagaña 51 – San Sebastián
T. 611 719 606
@donachepina

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca chilanga
¿CON QUIÉN? Con amigos
PRECIO ***/*****

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