Veratus

Un cocinero valiente en Jarandilla de la Vera

Menos mal que me admitieron en la vieja escuela de cocina del alto de Miracruz y no tuve que empezar mis estudios de historia en la UPV, pues me matriculé por si las moscas para no estar un año sabático tocándome el miembro, esperando incorporarme a primero de hostelería. El mundo habría tenido a otro Michelet o a un Vicens Vives, quien sabe. Me llamaron y me inicié en el noble arte de picar cebollas y fregar cacharros, que es lo que tienes que hacer con esmero si quieres ganarte la vida guisando. Muy listo no era, estudiante pésimo, pero me chiflaba la escritura y la lectura de aquellos volúmenes que mi padre apilaba sin medida en los estantes de villa Kurlinka. El difunto Jorge cultivó muchas aficiones que luego me atraparon, y una de ellas, fue obsesionarse con la figura del gran Carlos primero de España y quinto de Alemania, emperador del sacro imperio romano germánico.

No les daré demasiada brasa porque este es lugar para la crónica del zampe, pero uno de los tochos más espesos eran tres volúmenes firmados por Ramón Carande, que detallaban con pelos y señales todos los flirteos de la corona con los acaudalados Fúcares, precursores del capitalismo moderno. Corto y cierro, que me desmadro. Y me planto en la Vera extremeña para instalarnos en el paraíso elegido por Carlos para terminar con sus fatigosos días, pues sabrán que en sus dominios nunca se ponía el sol y gestiona tú semejante tomate. Para chulo, su pirulo. Quejumbroso, torpe y afectado por la gota, viajó desde Flandes hasta Laredo, y desde allá, en litera, aterrizó en el castillo de los Condes de Oropesa de Jarandilla de la Vera, hoy flamante Parador, aguardando la entrega de llaves de su “chalecito” de Yuste, un adosado a los Jerónimos en mitad del monte.

Justo al mismo pie del local que hoy nos entretiene, ¡ave, Veratus!, arranca el camino que tomó el rey sobre el viejo puente Parral que cruza el curso del río, enfilando hasta Cuacos, que es la localidad en la que palmó dos años más tarde a causa de una picadura de mosquito, un día de septiembre de 1558. Entonces, el paludismo era mal endémico, así que ya saben, rocíense de repelente cuando apriete Lorenzo y tomen precauciones. Los más motivados pueden calzarse botas de “goretex”, pillar bastones de marcha nórdica-patética y meter en el macuto frutos secos y barras energéticas, pero yo les recomiendo con especial interés que se detengan con apetito y sed en casa del chef Ángel Sánchez. Lleven tabaco habano para tomarse el café y la copa fumándose un cigarro en su extraordinaria terraza, viendo pasar a los tiesos de espíritu y jadeantes paseantes, plastificados con prendas “Quechua” del Decathlon, ¡viva Ternua!

Las agallas del chaval son de campeonato, porque Extremadura está lleno de merenderos y chiringuitos a pie de pozas y piscinas en los que sirven careta frita de guarro, patatas de bolsa, botellines, bocadillos de oreja, hamburguesas, bravas con salsa guarra, cornetes y almendrados. Una maravilla, todo hay que decirlo. Aquí apuestan por la calidad y acondicionaron el garito para que el que quiera una tapa en pleno agosto, la goce, pero cuidando la puesta en escena de cocina y sala para que el que no quiera barullo y desee papear en condiciones, se vaya para casa con los ojos chiribitas como el monarca, contemplando por última vez la Gloria de Tiziano en su lecho de muerte, ¡adiós mundo cruel! Ángel se formó en grandes fogones y se batió el cobre lejos de casa, deseando con frenesí volver algún día a su pueblo a liarla. Sin volverse demasiado loco para conectar con el cliente local, hace artes aplicadas resolviendo una carta gustosa que tiene como protagonista a la riqueza local, porque la Vera es un paraíso del papeo con una diversidad fuera de serie en sus montes, huertas, prados, secaderos y corrales. Huele a pimentón en el ambiente, ¡viva Vega Cáceres y la familia Mateos!

Al lío de Montepío. Queso y jamón siempre son buen comienzo, como podrán leer en los listados de pitanzas glosadas por José Vicente Serradilla en “La mesa del emperador”, ¡busquen y lean el fabuloso libro!, ¡qué pelma soy! Las croquetas son escandalosas, las hacen encarnadas y cremosas rozando el chorreo, ¡y de tasajo!, que es una cecina local antediluviana. Limpian setas y verduras y las sirven delicadísimas, puerros con queso de cabra y almendras, alcachofas ahumadas, boletus empapados con jugo de ternera y yema y pencas preñadas de hummus, regadas con un sustancioso consomé de cocido. Hay muchas golosinas más, bacalaos, guisos de patata y salmonetes, cochinillo con castañas o lomo de gamo con manzanas asadas, pero solo por papearse media docena de chuletillas de cabra “verata” churruscadas a la brasa, merece la pena el viaje, ¡viva Pepe Pino! Al chef lo asisten dos mozas en cocina, y se nota la delicadeza tela marinera. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Veratus
Puente Parral – Jarandilla de La Vera – Cáceres
T. 643 530 500
restauranteveratus.com
@restauranteveratus

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO ****/*****

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