Cortázar

El céntrico local de los hermanos Garrancho

El paso irunés de Behobia de los años del cuplé fue un próspero territorio comanche del que todo dios sacaba tajada, pues mientras las colas de camiones enfilaban la frontera, los “vistas” de aduanas se frotaban las manos, haciendo sonar la caja registradora, ¡qué maravilla! Nunca regresarán aquellos años, pero los hermanos Garrancho echaron sus raíces en ese ambiente hermoso y luminoso de duro trabajar, currando a destajo en su “Trinkete”, el restorán familiar. Aún siendo renacuajos, se dedicaron a atender el comedor del personal y a la labor propia del pinche grumete, pelando becadas, txangurros y torcaces, mondando guisantes y habas, rellenando profiteroles, papeándose a escondidas las lechefritas, planchando manteles y lo que fuera menester. Ya saben, familia que come unida, permanece unida. Tengo que reconocerles que mi ambiente fue parecido, pero en la desaparecida Tienda Margarita, yendo a por cambios a la caja de ahorros, vigilando para que nadie robara prendas o doblando y desmontando cajas para que se las llevara el cartonero, un tipo gris que venía en bicicleta con su carrito por la mitad de un Paseo de Colón con mucha solera.

Luego llegó la adolescencia y los colegas de los Garrancho se iban de tragos a los garitos de Moskú y la Plaza de San Juan, mientras ellos curraban a degüello los días de labor después del instituto, las fiestas de guardar y fines de semana. Así que se forjaron en la cultura del esfuerzo, replicando lo que sus padres hacían día sí, y otro también, entrenándose en ese empeño de partirse la crisma para que el cliente marchara feliz y contento, piedra angular de un negocio de hostelería. Hasta hace bien poco, vivimos la cultura laboral de aguantar hasta las tres de la madrugada a una mesa de dos personas sentada en sala, y en ese ambiente se criaron los Garrancho, sin importunar ni decir jamás que no a un solo cliente. Total, que continuaron creciendo y volaron del nido, gestionando por separado sus propios locales. Bregaron y fueron pagando las deudas contraídas con los bancos y sus hipotecas, hasta que se echaron el mundo por montera y probaron a unirse como socios, con el consiguiente riesgo de no entenderse y acabar como el rosario de la aurora. Ya saben, se forma un berenjenal por mezclarse en plena calle capillitas, beatas y juerguistas cargados de orujo y vino hasta las cartolas. Pero salió bien y fueron años de bonanza empleados en la gestión de sus garitos en Irún, “Portaletas” de la parte vieja donostiarra y el histórico “Juanito Kojua”. Éste último tasco alumbró en los hermanos los recuerdos de aquellos tiempos de juventud, porque la solera de este templo pone los pelos en punta a los que lo conocimos en sus años de gloria.

Luego llegaron más inauguraciones, como la del “Vergara 1948”, el mítico “Alderdi-Zahar”, “Fermín Calbetón” -antiguo Tiburcio-, y todo quisque se preguntaba de dónde coño salía esta banda “Garrancha”, capaces de resucitar tantos locales legendarios. Entonces, nació “Cortázar”, el local que hoy nos ocupa, en el mismo centro de Donostia, que como todo el mundo sabe es plaza delicadísima porque en el ensanche conocimos pocos establecimientos que se mantengan vivos y coleando, por lo menos en los tiempos recientes. Se liaron la manta invirtiendo mucho esfuerzo y dinero en remozar el desgastado “Drugstore”, convirtiéndolo en un garito coqueto y bautizado con apellido de escritor, conquistador de las islas del Pacífico o de arquitecto ilustre y responsable de la fisonomía de la Donostia actual. En todos los tascos de los Garrancho se cocina “in situ” y los fogones escupen humo desde bien temprano, sin caer en el canto de sirenas de las cocinas centrales que reparten diariamente el material pirotécnico por las sucursales. No. Son h-o-s-t-e-l-e-r-o-s con todas sus letras, como pudieron leer al comienzo, si hasta aquí llegaron. El local ha ido evolucionando con el tiempo y va despejando las dudas a los más escépticos, pues la cocina se apretó las tuercas después de hacer acto de contrición tras sufrir la dura pandemia. Inauguraron y les cayó la de San Quintín, como a otros muchos, así que reformularon su oferta. Hoy, todo está rico y atienden con eficacia y sin estridencias, la cerveza está fresca y como diría mi madre, lo frío, frío, y lo caliente, caliente. No esperen pirotecnia ni platillos de cocina tradicional pues la oferta se estructura en torno a platos apetecibles, currados en el culo de los pucheros o en los cestillos de las freidoras rellenas de aceite limpio. Víctor, Aitor, Marcos, Josep, Gorka y el resto del equipo se parten la crisma para atender los distintos recovecos de un local en el que puedes ir a exhibirte o a recogerte, si quieres pasar desapercibido, repartir dividendos o declararle amor eterno a un camionero búlgaro peludo. Vayan, coman y pásenlo bien, que ya saben que en cualquier momento nos llama el médico de cabecera para que vayamos pitando al oncológico. Salud para todos. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Cortázar
Calle Fuenterrabía 20 – San Sebastián
943 424 169
grupogarrancho.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO ****/*****

 

Deja un comentario