Paraíso menorquín del papeo y la buena vida
Cada vez estoy mas viejo pellejo y vinagres, pero intento disfrutar a pleno pulmón de esas pequeñas oportunidades que te brinda el día y que son el combustible necesario para vivir mejor. “El bueno diario”, esa leyenda que predica mi amigo sevillano Josemaría Gil Arévalo que consiste en planear pequeños gustos diarios, sin acumular la pesadumbre que en muchos provocan los estúpidos problemas del primer mundo. Una cerveza inesperada, una cena no programada, ese bocata papeado en inmejorable compañía o una ruta corta en moto por un camino desconocido que termina en chapuzón en una cala, son aventuras diarias al alcance de todo pichichi que no se contratan en una agencia de viajes. No desplacen la felicidad a los fines de semana o a las lejanas vacaciones de verano porque se convertirán en unos desgraciados. Los vuelos a Menorca están tirados y desde nuestros aeropuertos te plantas en la isla en un abrir y cerrar de ojos. Dense el gustazo y fliparán, si es la primera vez que la visitan, como es mi caso. Manda huevos que a punto de cumplir cincuenta y dos boniatos no haya visitado jamás semejante paraíso terrenal.
Nada más aterrizar te asalta una sensación de paz en cuanto te aventuras en las intrincadas y serpenteantes carreteras que cruzan toda la isla. Pastos, vacas, pequeñas y grandes explotaciones agrícolas, empalizadas y esos inquietantes y trabajosos muros de piedra levantados a riñón, que definen esas línea del horizonte pintarrajeadas por el azul del mar. La isla a veces es la toscana italiana, otras veces griega, cartaginesa o la provenza francesa, en Mahón te sientes nizardo o genovés y bucanero inglés en el puerto viejo de Ciudadela. Al norte vuelan los que sueñan con esas calderetas oceánicas fraguadas con picadas hechas a mortero y las interminables fuentes de huevos con patatas y langosta despedazada, frita con algunos ajos. Fornells es capital langostera por excelencia. Además de aguas turquesas, arena blanca y poblados fondos marinos existe una Menorca de interior en la que cantan las cigarras cuando aprieta la chicharra y los paisanos cuidan huertos y haciendas, atesorando un profundo sentimiento de pueblo. La localidad de Es Migjorn Gran guarda entre sus callejuelas ese latir pausado del que presume toda la isla y por sus estrechos callejones se menean todos esos paisanos que nunca tienen prisa por llegar a ningún lado. Todos respetan religiosamente el momento del almuerzo, la siesta, la partida de cartas, el paseo por los sembrados o el rato por la noche sentados a la fresca, charlando animadamente o echándose un cigarro.
Huyan de los cogollitos costeros, en los que hay buenísimos hoteles de las cadenas habituales y sumérjanse unos días en alojamientos rurales como el Binigaus Vell, perdido en mitad de la nada y ordenado alrededor de una piscina monumental y un jardín de ensueño en el que se desparraman lavandas, matas de romero rastrero, macizos de tomillo, adelfas, rosales silvestres, buganvillas y todas esas especies de secano que sacan el agua de donde no la hay y la almacenan en sus troncos y tallos, aprovechando hasta la última gota. La familia Triay Barber gestiona y mantiene esta joya de la corona, que es la guinda de un maravilloso pastel hostelero y empresarial que extiende sus tentáculos a diversas explotaciones ganaderas y agrícolas y a los fabulosos chiringuitos “Es Bruc” que mantienen abiertos en temporada por buena parte de las mejores playas de la isla. A pocos kilómetros de Binigaus está el primero de todos ellos, en el paradisíaco arenal de Santo Tomás frente al mar y en sintonía con el saber hacer de la casa, que es atención de primera, sonrisa franca y cocina gustosa y eficaz sin perder la personalidad y sin concesión alguna a las típicas “chorreras” para millonetis horteras. Es habitual ver a la familia propietaria despachando platos, tirando cañas y pringándose en el curro diario, recorriendo sus locales para tomar el pulso al trabajo, atendiendo a sus clientes. Tienen otros chiringos playeros, “Son Parc” en Es Mercadal, “Santandria» en Ciutadella y “Son Bou” en Alaior, cortados por el mismo patrón. No lo duden, atrinchérense en Binigaus y organicen la jornada de la siguiente forma. Desayunen bajo su arboleda y denle un buen repaso a los productos locales, yogur, embutido, pan, zumo, bollería fresca y huevos a mansalva. Bajen a la playa y asegúrense una mesa en su garito para disfrutar de ensaladas, frituras clásicas o pescados a la brasa, cabracho, sardinas, gallo de San Pedro, pagel, rodaballos o sapos bien refregados con alioli de mortero, salsa mahonesa y pan tostado con tomate triturado y aceite de oliva virgen extra. Dense un voltio por la orilla como Ursula Andress y en cuanto puedan, regresen a Binigaus para darse un chapuzón en su piscina y cenar bien duchados y acicalados, hechos unos pimpollos. Ofrecen una pequeña carta que reúne arroces, verduras asadas, filetes tártaros, pescados y carnes menorquinas a la brasa. El queso de Mahón curado de elaboración propia es un “desfás”, avisados quedan. Si asoman por la noche el morro por la ventana de cualquiera de sus increíbles habitaciones, escucharán el silencio y se sentirán muy felices. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.
Binigaus Vell
Cami de sa Malagarba – Es Migjorn – Menorca
T. 971 054 050
www.binigausvell.com
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PRECIO *****/*****