Casa Grande

Un hotel restorán riojano en mitad del camino de Santiago

Aterrizo en este lugar imponente en lo alto de Grañón y alucino en colores, porque se te ponen los pelos como escarpias en cuanto franqueas un portón enorme que da paso al interior remozado de un antiguo caserón rehabilitado por obra y gracia del esfuerzo y el ingenio humano, la hipoteca del banco, el buen gusto, la sensibilidad, el empeño de una familia catalana y la mano decisiva y firme del arquitecto Francesc Rifé, ¡casi nada! No es habitual tropezar con un establecimiento tan delicado, ubicado en la llanada riojana y a dos pasos de la provincia de Burgos, en mitad de la ruta hacia Santiago de Compostela. Vale la pena alojarse y pasar noche, así que instálense en las espaciosas y hermosas habitaciones y dense un voltio por las inmediaciones.

Las calles de Grañón están proyectadas con escuadra y cartabón y ordenadas alrededor de la preciosa iglesia de San Juan Bautista y su campanario, que hace la función de hospital para peregrinos. Si hace rasca y chispea ya pueden abrigarse porque no he visto jamás un pueblo tan expuesto a las inclemencias climatológicas, ¡madre mía! La tasca “My Way” la atiende un peruano campeón del mundo que da cobijo, baño, enchufe para cargar móviles, whisky, papeo, café negro tizón y vino a los peregrinos. Y un poco más arriba, la panadería “Jesús” ofrece sus especialidades de pan candeal, borona gallega, hogazas, pastas, buñuelos y los últimos suspiros de su horno de ladrillo refractario para que los vecinos metan besugos, pollos y cuartos delanteros y traseros de corderito lechal con sus patatas panadera cada domingo y fiesta de guardar.

 

Así que en mitad de este guion de película de John Ford se ganaron a pulso su entrada Mónica y Raül, una pareja de Lloret del Mar que en el 2015 se echaron a la carretera para buscar casas solariegas por Rioja, que como todo el mundo sabe es un paraíso del vino que ofrece mucho juego por su turismo de categoría, la alegría de su gente y la calidad de sus productos. Se lanzaron a una aventura que desembocó en la mayor crisis del turismo de todos los tiempos, después de encontrar y comprar un año más tarde la Casa Grande y echársela al macuto para dejarla como los chorros del oro, lista para recibir clientes y visitantes, ¡me cago en el coronavirus! Pónganse en situación. Digan adiós a la familia y a los amigos. Dejen atrás sus costumbres y su lengua. Embárquense en una movida empresarial de semejante calibre y que no puedan trabajar, facturar y rentabilizar su pedazo de inversión por el maldito virus de la china filipina, ¡maldición!

 

La casa data de 1794, inscripción que campea en el pasillo con un mosaico hecho de piezas de barro de las viejas alcobas, conservadas tras el derribo. El palacio estaba en muy buenas condiciones pero para hacer un hotel con las normativas actuales, tuvieron que tirar las dos plantas y vaciarlo, conservando el maravilloso suelo del zaguán de entrada, algunos solivos y elementos constructivos. Casa Grande perteneció a una familia noble y ésta era una de sus tantas propiedades en la que vivían unos guardeses, porque la propiedad apenas pasó allí tiempo alguno. El último descendiente despareció en 1925 y en ese momento pasó a manos de una familia local. Cuando muere el hijo de esta familia, sin descendencia, la heredan unos primos y ahí entran en escena en 2018 los actuales propietarios, que en complicidad con el arquitecto Rifé devolvieron la vida y la honorabilidad a un inmueble imponente, metiéndose en un lío de espanto, del que van saliendo con mucho trabajo y empeño. El lugar es mágico y atrapa y lo atiende el matrimonio, mujeres comestibles del pueblo y un chef alicantino dicharachero que oficia desde su pequeño fogón, resolviendo una cocina sencilla y con poca pretensión que emplea los mejores ingredientes del entorno para que los huéspedes gocen con ensaladas bien aliñadas, carpaccios de setas, verduras estofadas de la zona, irreprochables croquetas de jamón, calamares a la romana con mahonesa picantona, escalibadas o pistos con yema y jamón. Si no quieren liarse o prefieren quedarse en la habitación, tienen tablas de quesos y embutidos. Entre los platos principales destacan carrilleras, albóndigas trufadas, pescados en su punto y carnes a la brasa, chuletillas de cordero lechal, pluma ibérica de bellota o esa chuleta de vaca con pimientos asados de Tormantos y sus patatas fritas. En 2020 fueron finalistas de los premios “Condé Nast” al mejor hotel de nueva construcción y se colaron entre obras faraónicas. Hacen bien su trabajo con la complicidad de la casa y el entorno, subsanando sus pequeños errores con buen trato personal y sonrisa franca. No se lo pierdan. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Casa Grande
Caño 13, Grañón – La Rioja
casagrandehotel.net
T. 941 457 726

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PRECIO ****/*****

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