De chupeteo y vírgenes Marías

Algunos niños cabrones para llamar la atención de los mayores chupan las patas de la mesa o lamen el suelo con cara de depravados. Yo en mi tierna infancia me dediqué como un poseso a chupar palomas en salsa de la Juani de Ibarla o sorbía como un marrano polos helados de colores y “flashes” fosforescentes del quiosco irunés de Lucas “el carero” de la Plaza de España.

Me chifla guarrear con el pescado porque mi madre en casa lo gozaba y nos lo ponía a todas horas frito, empanado o rebozado y nos partíamos la cara por trincar la tortilla cuajada con los restos del huevo del rebozo.

Cada vez me gusta más apurar con las manos anchoas y sardinas y mordisquear las cabezas de merluza en busca del tesoro más preciado, que no es otra cosa que este huesecillo que sostiene mi mano y en el que mi madre aseguraba que se escondía la virgen María si lo exponías a la luz directa de una bombilla, ¡dios santo!, ¡alabado sea el señor!

Si lee esto algún sabelotodo de la sociedad de ciencias Aranzadi o un biólogo del Aquarium donostiarra, que nos explique de qué carajo se trata. El obispo Munilla también está invitado a esta fiesta si nos quiere explicar este curioso fenómeno mariano, ¡viva la blanca paloma!

Deja un comentario