Patatas fritas Bonilla

Jorge se llamaba mi padre, un Ferrolano criado en Coruña que se bañaba en pelotas en Riazor, jugaba al fútbol descalzo, organizaba unas mariscadas con su pandilla de verdadero escándalo y llevaba a casa todos los domingos churros de Bonilla para que desayunara mi abuela, ¡menudo cocodrilo!

Nunca olvidó sus raíces, ni a su colegas, ni la costumbre del aperitivo, pues plantó en cuanto pudo el cubo de patatas fritas Bonilla en mitad de la cocina y nos metió en vena el sabor de esas patatuelas, ¡vaya cabronada!

Soy adicto a otras golosinas galegas como los pimientos de padrón, la empanada de bacalao y pasas, las centollas cocidas, la careta de cerdo hervida, el queso de tetilla o el vino fresco bebido en cunca de porcelana, pero pocas cosas me ponen más bruto que meter la cabeza en un cubo de patatas fritas Bonilla o desparramarlas sobre unos huevos fritos, un filete de cadera con ajos o pringarlas con una conserva de mejillones en escabeche lanzada desde bien alto.

No sé si sus despachos seguirán abiertos al público en Coruña, pero su producto sigue estando bueno a rabiar y con los tiempos modernos trasladaron su producción al polígono de Sabón, en el mismísimo Arteixo, ¡viva Amancio Ortega!

https://www.bonillaalavista.com/

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