Soy cocinero porque mis padres me enseñaron a ser anfitrión de sus amigos y nada me ponía más palote de crío que acercar el morro al humo de un pitillo, beberme los culos de vino o cargar de birras una Kelvinator azul que volvía gélidas las Kronenbourg 1664 que pillábamos en Hendaya, ¡viva el pimple!
Aquí sigo, ¡erre que erre!, el mundo es de color y me sigo dedicando a lo mismo, así que me pellizco y no sale una gota de sangre de la emoción de presentarles en sociedad este trago que se ha currado la peña de Bidassoa, a dos pasos de mi casa, pues desde la ventana de mi retrete se alcanza la vista de la nave de esta cervecera irunesa que no tiene rival.
Está hecha a nuestra imagen y semejanza porque es golfa, pajillera, turbia y atesora una preciosa espuma blanca que se te engancha a la pelambrera y terminas liándote sin orden ni concierto, ¡qué frenesí!
Es de trigo, ligerita y muy apetecible, pillas el abre chapas y va una detrás de otra porque refresca, es vacilona y no se atraganta, con final seco y tórrido que invita al despelote colectivo, como en una peli de Rocco Siffredi, ¡madre mía, qué chorrazo!