Macadamias garrapiñadas

Mi abuelo gallego vivió en Brasil de crío y me inoculó la adicción por las nueces de Cajou, que eran como un cacahués torcido con el aspecto de la napia de Gonzo, aquel teleñeco con el que nos partíamos el nabo de risa.

Los cartuchos de frutos secos son una debilidad que arrastro desde las sesiones del irunés cine Avenida, en los que papeaba a dos carrillos almendrucos, avellanas, pipas con sus palitos de madera y garbanzos más secos que la mojama que nos colaba Lucas “el carero” para ahorrarse algunos duros.

Unos cuantos “Interviús” más tarde, entrado ya en años y con esa fogosidad que proporcionaban las portadas de muchachas medio en bolas, ¡viva Samantha Fox!, descubrí el helado de vainilla natural y almendras de macadamia, que era una originalidad sorprendente que se comía en Biarritz en los años del destape y de bolas de café, mantecado y tutti frutti.

Voy al turrón, que me disperso. Muero por cualquier cosa garrapiñada y estas macadamias elaboradas en la localidad catalana de Esparreguera por Latoscal, están buenas para llorar, pues unen materia prima irreprochable y un acaramelado fino, rubio, elegante y extremadamente delicado.

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