Casa Cofiño

Un tasco en el que se agolpa la clientela para pillar sitio

La primera vez que entré por la puerta de este templo de la pitanza fue con Miguel Aguilar, el único editor de mandanga seria al que he visto masticar a dos carrillos todo tipo de golosinas y untando pan, para terminar la fiesta con café tizón, tabaco habano y media botella de whisky escocés. Un verdadero titán con el que sigo haciendo tratos y que nunca hace ascos a una llamada para salir a comer o a merendar o a lo que se tercie, pringado de grasa hasta las barbas y locuaz, pues confiesa sus aviesas intenciones editoriales y te las refriega por el morro para que sientas irrefrenables ganas de ponerte a trabajar a toda pastilla. Por comentar, qué horrorosa esa impotencia de saberse incapaz de leer toda la lectura que atesoras o de comerte todos los tarros de mermelada que escondes en tu despensa, ¡madre de dios!

A Caviedes se llega por sinuosas y estrechas carreteras llenas de paisanos segando hierba, cientos de vacas lecheras, mujeres pegando la hebra y mucha niebla en estos días cerrados en los que deseas llegar cuanto antes a destino para meterte entre pecho y espalda un caldo caliente, un cuartillo de vino o cualquier tontería que mate de una estocada a esa “flaquilla” que los gordos albergamos siempre en el estómago. Llegados a destino, encontrarán todos los “extras” necesarios para dar por satisfechas sus “cábalas”, porque tienen bolera, un lavadero de los de frotar de rodillas colchas y enaguas, una pequeña iglesia con retablo y la tasca que hoy nos entretiene, que funciona desde 1963 como tienda de ultramarinos de las que fiaban la compra y podías comprar todo, y si no había, tomaban nota y para la próxima un ciento. Esa mentalidad comercial nace por estar en el “culo del mundo” y por la necesidad de satisfacer a la parroquia, que sigue agolpándose en la entrada para pillar sitio. Hoy los tiempos son otros, pero mantienen intacta esa capacidad de ilusionar al respetable con las alhacenas cargadas, una bodega de ensueño con botellas fabulosas y ese fogón pilotado por las mujeres de la familia, que siguen guisando de lo lindo las especialidades por las que suspira todo pichichi.

Su nutrida clientela llega amaestrada y derrapando en las curvas desde Santander, Torrelavega o Bilbao, para sentarse en sus mesas y ponerse gocho. En la tabla de cortar o la máquina de fiambres ajustician los mejores encurtidos, embutidos, quesos curados, jamones y embuchados, troceados con generosidad para que babeemos como perros labradores de Sallent de Gállego poniendo caritas a la cecina y al chorizo, a las gruesas lonchas de lomo de presa y a la longaniza o a unas insuperables anchoíllas en salazón. Exhiben una pizarra en la entrada que emborronan todas las mañanas con algunas golosinas irrenunciables, croquetas, escabeches de pescado, hígado en salsa o callos con chorizo. No se vengan muy arriba, porque las estrellas principales de la carta son estelares y es un “putadón” reventarse en el picoteo y no poder atacar la cumbre.

Allá arriba frente al cielo infinito lucen las alubias pintas estofadas y el soberbio, calórico, graso y denso cocido montañés servido en un solo vuelco con sus alubias blancas y berzas escoltadas de chorizo, tocino y morcilla desmigada. Otro deslumbrante plato antediluviano es el albondigón de carne de vaca amasada con ajo, cebolla y miga de pan remojada en leche, que aterriza en la mesa sepultado en salsa marrón, sin rastro de tomate. Los Tirios y Troyanos hacen sangre con el asunto de la salsa y su contundencia, pero justifica el viaje, por los mismísimos clavos de cristo. Si son famosas las albóndigas del espantosísimo Ikea, ese centro de tortura familiar, las de Caviedes merecen ser reconocidas por la Unesco. Si les queda hueco en el odre y no tienen aún problemas respiratorios, rematen con un pedazo de carne y patatas fritas de sartén o el monumental picadillo de chorizo con huevos. Despídanse de este mundo como el toro de pipas “Facundo”, metiéndose un suspiro de tarta o de pastel, arroz con leche o una “chafla” de flan con helado. Si fuman, en la calle les habilitarán un taburete contra el muro de la casa para tomarse el café y perfumarse adecuadamente.

Casa Cofiño
Caviedes – Cantabria
T. 942 708 046

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca campestre
CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO Medio

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