Magna olea

Aprendía a querer a Portugal con toda mi alma desde muy crío gracias a mi padre gallego, que gozaba como un enano jamando cerdo asado en Viana do Castelo o bebiendo vino dulce de Oporto como si no hubiera un mañana.

Entender la categoría de la cesta de la compra portuguesa es tan sencillo como comprender que sus vinos, embutidos, verduras, legumbres, carnes, aves, mariscos y pescados nacen, crecen y se reproducen a la vera de las mismas dehesas, ríos, mares, océanos y sembrados que tenemos en España y su paisaje es consecuencia de un suelo común y una climatología pareja.

La frontera mental hace mucho más estragos que la física, así que si le pegan un sorbo a este aceite de oliva virgen extra con los ojos cerrados, sentirán la misma sensación en el morro que si fuera patrio y parido a ritmo de bulerías.

Es un coupage de diferentes variedades, dulce, aromático y con cierto picor que invita a refregarlo por las ensaladeras o a rociarlo en la tostada del pan del desayuno con cara de disimulo, pues no hay peores personas en el planeta tierra que los que pringan con un hilillo fino la rebanada mañanera.

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