Los huevos de Miguel

Existen hosteleros mesiánicos capaces de abrir las aguas para que las tribus de Israel puedan seguir camino, que para que se me entienda significa equipo alegre y motivado y una clientela satisfecha, sonriente y entregada a la labor de beber y comer lo que mande y ordene la casa.

Miguel es el patrón de este establecimiento con solera y un tipo que sabe lo que se trae entre manos, pues cocina y atiende ofreciendo lo que todo pichichi busca, que no es otra cosa que una espera agradable en una barra bien surtida, un amplio y precioso comedor con posibilidad de ser o no ser visto según lo requiera la ocasión y una carta con todo tipo de especialidades a cada cual más emocionante.

Nos castiga sirviéndonos una sola alcachofa de la abuela en salsa, pura mantequilla, y si quieres otra has de esperar hasta el día siguiente, ¡menudo zurdo! Guisan un pisto de verduras que está para morir ahogado en él, hacen zarangollo y sirven todas esas golosinas que te sacan los ojos de las órbitas: jamón, croquetas, quisquilla, gamba, adobo, fritura de pescado, hueva de pellizco, tomate en ensalada, callos o sus famosos huevos, que no son otra cosa que unas papas panaderas borrachas de jamón con un par de huevos estrellados en lo alto.

Y ahí está el tío, como un Juan Sebastián Elcano cualquiera, apañando unos iglús de gintonic que se caga la culebra, frente a sus latones de pimentón y surfeando esa ola de la maravillosa huerta murciana y sus primores, ¡acho, pero qué gustico da el murcianico!

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