Murcia es tierra de caballitos, marineras y hueva curada de pescado que no tiene rival, pues no conozco un pueblo sobre la faz de la tierra que muestre tamaña voracidad por las conservas, salazones y encurtidos como esa panda de filibusteros que atesoran todo el sol que en el norte echamos en falta.
Pero no solo de pescado vive el hombre, pues cuando lleva uno el labio reventado de tanto omega cuatro, apetece siempre queso, chusco de pan y azúcar en vena para rematar la faena. Mi embajador de causas perdidas, Juliano “el apóstata”, trajo el otro día una caja de dulces sin ánimo de lucro y volaron en un periquete, ¡ostras Pedrín, que tiran con balín!
Están elaborados en San Pedro del Pinatar por una familia de larga tradición panadera y confitera que se curra bien de madrugada una colección de especialidades de toda la vida de dios con nombre y dos apellidos, rollos cartageneros, cordiales, tortas de recao, pasteles de carne, empanadillas reventonas, felipes, palmeras, tortas escaldadas y pastelillos de cabello de ángel, que son una maravillosa argamasa en la boca que libera el perfume embriagador de la manteca, el azahar, la almendra y la ralladura del limón y la naranja.
En este mundo cruel lleno de dulces vacíos y nombre tonto, “cupcakes”, “mochis” y demás fauna chorra pija, París bien vale la misa de echarse en brazos de perrunillas, bollos de Dios Padre y esa “Atlántida” rematada con guindas, cascarilla confitada y mucho azúcar lustre.