Como digno embajador de mis amigos Campos de Bermeo, visito Murcia con mucha frecuencia con la encomiable labor de evangelización de la marca, soltando a diestro y siniestro las bondades de las conservas de pescado.
Cierto es que pocas ciudades españolas cuentan con semejante afición por escabeches, atunes y bonitos en aceite o huevas de pescado y mojamas de toda suerte y condición, que acomodan en ensaladas, sobre roscas de pan o jaman a palo seco, en fino bocata.
Las barras murcianas son un despliegue de sabor en cinemascope rematadas por esos caballitos y esas marineras de ensaladilla con anchoílla en salazón, aunque si algo define al murciano es su desmedida pasión por los pasteles de carne, que tiene en los de la pastelería Bonache un timbre de gloria que conduce a la perdición. Sorpresas te da la vida, como la canción de Rubén Blades, porque un chofer llamado Francisco me puso recientemente en el salpicadero de su taxi este pastel de masa dulce y relleno salado con una historia que reúne en el mismo párrafo a la carne de ternera, el huevo cocido, el azúcar, la cáscara de limón y a don Juan de la Cierva, ministro y “padre” de Juan de la Cierva “hijo”, ese científico aeronáutico español, ingeniero de caminos, canales y puertos, aviador e inventor del “autogiro”, aparato precursor del helicóptero moderno, ¿alucinan o qué?