La Primera

Tranquilidad y buenos alimentos
Arriman buen producto al fogón y reúnen a todo tipo de público entusiasta

Lo primero que me viene a la cabeza cuando cruzo el charco en un viaje transoceánico es lograr cocinar en fogón ajeno y conducir un auto del país que visito, que es una especie de obsesión que me persigue en cuanto bajo del avión, ¡que cosas! “Manejar” por Cuba es muy divertido, siempre y cuando tengas la precaución de no precipitarte por alguno de esos socavones que salpican las carreteras, muy agitadas y repletas de almendrones multicolores, que son todos esos Chevrolet, Pontiac, Cadillac, Buick, Chrysler y demás portaviones tuneados que avanzan a paso de tortuga escupiendo una humareda del carajo. Así que primer objetivo conseguido. Trayectos cortos desde Miramar hasta la playa del Club Habana y la Marina Hemingway y un puñado de idas y vueltas por el Malecón, pasando frente al Nacional y hasta el mismísimo Morro y la Divina Pastora en plan chulo piscinas … ventanilla bajada, brazo acodado, gafas de sol ajustadas y música a todo volumen.

Segundo asalto. La primera tortilla de patata que hago en La Habana me la curré el otro día en séptima, entre el sesenta y seis y el setenta, en casa de Denise y Alex y en un fogón tropical iluminado por dos grandes neveras americanas y fruteros llenos de mangos, malangas, aguacates, papayas, limones verdes y yucas. Allá la patata es exótica y toda una odisea conseguirla, así que con mucho aceite de oliva andaluz, un puchero de aluminio, alguna cebolla, un tiento de ajo y dos sartenes antiadherentes desvencijadas pude comprobar una vez más la impresión que una tortilla provoca en unas mentes reventadas de comer puerco asado, arroz y frijoles … ¡menuda sonrisa de oreja a oreja! Si en la maleta, además, cuelas sobres de jamón ibérico, salchichón y un buen puñado de botellas de vino, poco más se puede pedir.

Es inevitable que en la sobremesa se encendieran los recuerdos y todos hablaran de sus tortillas favoritas, algunas perdidas para siempre. Los andaluces sonríen con las que se jaman en la playa de Bolonia o en el Casablanca sevillano frente a la catedral o aquella otra que cuajan en Huelva, en el bar Juan José. Los vasquitos nos referimos a la de Josefina Sagardia del Kasino de Lesaka, a la donostiarrísima del bar Zabaleta o a la Marlene Dietrich de las tortillas imperiales, que es la del Gran Sol hondarribitarra, imbatible por su jugosidad y ese punto dorado que adquiere todo el magma interior, ¡madre mía! Es inevitable que los madrileñitos arrimen el ascua a su sardina y prefieran la de Casa Mundi o la de la taberna Pedraza o aún mejor la de “La Primera”, que es la casa de Paco Quiros en la que la tortilla adopta forma de Bette Davis.

Desde que abriera “Cañadio” en Santander hace casi cuarenta años han ocurrido muchas cosas y una de ellas es la propagación de su esencia por diferentes puntos de la geografía, siendo “La Primera” buena prueba de ello. Los errores y aciertos de un equipo bien integrado son la consecuencia de este restorán peculiar en un edificio emblemático en Madrid, el segundo mas fotografiado de la ciudad. En un barrio invadido por las multinacionales se agradece un local que arrima producto fresco al fogón y que se va convirtiendo en punto de reunión para todo tipo de entusiastas: los que hacen negocios, los que aterrizan de viaje y asoman el morro porque están de paso, acompañan a sus hijos o aquellos que cuadran una primera cita con una chavala exuberante. En resumidas cuentas, cuajan tortillas para todos los públicos y no se andan con zarandajas, buscando ser auténticos, prácticos y profesionales, “normales”, en resumidas cuentas.

“La Primera” busca generar atracción y no promoción o lo que es lo mismo, dan poco la murga y ciertamente es la croqueta o la merluza rellena o la ensaladilla rusa o el filete tártaro o los rollitos de jamón y queso o las alcachofas fritas o las rabas o la tarta de queso o el mismísimo flan el que habla y se promociona el solito, sin necesidad de agencias, ni de “influencers” ni mandangas, “obras son amores y lo demás buenas razones”. Luchan en cada movimiento para estar toda la vida atendiendo a la clientela y brilla ese equipo multirracial que nunca cae en el compadreo tan habitual en esa hostelería del “buenismo”, como la denominaría “Marcoan”, compañero de fatigas del simpático humorista conceptual Juan Carlos Ortega. En resumiendo, son hijos espirituales de esos líderes anónimos que llegaron a Madrid hace cuarenta años y siguen llenando sus restoranes día y noche, ofreciendo cocina regional con raza y tronío, sin darse jamás demasiada importancia. El cliente es el rey, y punto pelota. Nada más que añadir. Se levanta la sesión.

La Primera
Gran Vía 1 – Madrid
Tel.: 91 052 06 20
www.restaurantelaprimera.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito señorial
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO Alto – MEDIO – Bajo

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