Zapirain

Made in Lekeitio
Un producto irreprochable y la simpatía de Amaia Zapirain y sus muchachas

Según los más sesudos alquimistas de la edad media, la expresión “glutinum mundi” era ese pegamento del mundo que provocaba una misteriosa atracción entre ciertos seres elegidos, compartiendo sueños, fantasmas e incluso las miradas sobre otros seres u objetos, ahí es nada. Les advierto que la expresión también da título a una inabarcable exposición de piezas pertenecientes a la colección del arquitecto Fernando Garate, que podrán visitar en la bilbaína sala Rekalde hasta mediados del próximo mes de octubre y que el amigo Enrique Portocarrero define como “un sugerente apoyo al coleccionismo y un indudable reflejo del propio mercado del arte”.

La muestra, reagrupada por el pintor José Ramón Amondarain, es una coreografía en la que participan multitud de obras paridas en distintas épocas y ejecutadas con variadas técnicas -fotografía, pintura, escultura, grabado, collage o instalación audiovisual-, poniéndose de manifiesto cómo algunas engarzan sobre otras, abrazándose o manteniendo una tensión de alto voltaje que no deja indiferente, así que ya tienen una excusa para darse un garbeo admirando las obras de Ángela de la Cruz, Tacita Dean, Cristina Iglesias, Nan Goldin, Thomas Ruff, Esther Ferrer, Darío Urzay, Txomin Badiola, Antonio Saura, Elena Asins y muchos otros.

Podrán quitarse de golpe esas telarañas sobre quién habita en las profundidades del arte, que es un gélido lugar en el que nada se siente ni se entiende, sin temer al temido discursito sobre el concepto, sobre el paisaje, sobre lo difuso, sobre lo impreciso, sobre la escasez, sobre lo tibio, sobre lo breve, sobre la filosofía, sobre la ligereza y su quintaesencia. Después de gozar como mafiosos estetas de la cosa nostra sin darle mayor importancia a nada de lo visto, harán apetito para cruzar un par de calles y plantarse en el mismísimo Zapirain, que es el local que hoy nos entretiene. Como diría el capullo de Hank, ya tenemos suficientes comentaristas de arte de baja potencia cerebral, para tener que añadir yo aquí mi bufido blandengue.

Todos hemos oído a esos que dicen: ¡oh, me parece sencillamente espantoso lo que hacen estos artistas modernos!, ¡es terrible! Y cierto que a veces este tipo de pendejos se ponen muy violentos con lo que garabatean o fotografían algunos: ¡lo hacen todo sin esfuerzo!, ¡al Bellas Artes los mandaba yo para que vean lo que es bueno! Siempre creí que este tipo de individuos sienten rabia por verse náufragos y desearían echar una canita al aire colgando algo abstracto en el despacho, pero se conforman siendo ciegos en un país de tuertos, o algo así. El arte, casi siempre decepciona. Un salmonete frito, jamás.

Así que si lo piensan dos o tres veces, verán que los asuntos que realmente merecen la pena están escritos en letras grandes en la carta de este restorán bilbaíno, que bebe de las fuentes de un negocio inaugurado hace más de cincuenta años en la vecina Lekeitio y que planta golosinas muy emocionantes en el mismo centro de nuestra particular teoría del arte: salpicón de bogavante, almejas en salsa verde, todo tipo de mariscos asados o hervidos, pescados a la brasa y especialidades diarias como piparras o pimientos verdes irreprochablemente fritos, vieiras planchadas, buen pulpo de mordisco o una fantástica y jugosísima ijada de mero.

En resumidas cuentas, se queda uno con la simpatía y la atención de Amaia Zapirain y sus muchachas y ese recuerdo se desvanece conforme llega la hora de la merienda o de la cena y otros manjares se adivinan, alejando como si de una tormenta de verano se tratara esos otros recuerdos del mediodía, empanados, asados o albardados, ¡qué más da! Como la croqueta de jamón del “Emebe”, esa gamba Orly del “Antonio” o la desaparecida merluza sin pecado concebida del “Penalti”, tan legendaria como las bandejas con niños envueltos, criadillas, sesos y chuletillas de cordero Villeroy que Ambrosio Fombellida servía en su desaparecido “Panier Fleuri”. Les aseguro que tardarán en olvidar una langosta de Lekeitio y esa mermelada que alberga su cabeza.

Me conocen bien, así que los convido una vez más a chupar las cabezas del pescado y  a mordisquear las uñas de los percebes, bébanse el zumo de cualquier cepa podrida e intoxíquense con irresponsabilidad y sabia insensatez porque morir nos moriremos, pero antes vayan a zampar al Zapirain, ¡cagonlaleche!

Zapirain
Juan de Ajuriaguerra 22 – Bilbao
Tel.: 944 055 273
www.zapirain.es

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