Los hondarribitarras viejos pellejos tenemos el doctorado cum laude en patatas fritas porque conocimos el “patatero” o “la ventana verde”, que era aquella freiduría en la que todo dios aguardaba en cola para llevarse su paquete de papel, que se cerraba dando volteretas en el aire y dejaba una pajarita de taxidermista al aire.
Qué momentos vivimos a la intemperie, lloviera, nevara o cayeran chuzos del revés, mezclados entre la fauna local, los madrileñitos, los franceses enfundados en sus polos de Lacoste y algún que otro despistado que pedía la vez pensando que en aquella ventana vendían lotería o se podía sellar la quiniela hípica o la lotería Primitiva, ¡cuánto ludópata anda suelto!
Bien cierto es que el origen de las patatas fritas Sarriegui en aceite de oliva virgen lo encontramos en una pequeña freiduría de la parte vieja de San Sebastián, aunque el asunto patatero lo controlan y lo administran hoy desde Usurbil, en unas instalaciones en las que calibran los procesos de manera meticulosa.
Han prosperado por el boca a boca del consumidor y porque bordan su manufactura, en su justo punto de crujiente, delicadas, ligeras y sabrosas, con ese sutil punto de sal que las hace increíblemente adictivas, pues ya saben que el asunto de la patata chip es un empezar y no poder parar, ¡madre mía!
Cada provincia española tiene su patata frita particular en la que los locales se reconocen por sus características morfológicas de grosor, aliño y sabor, así que si desean saber cómo somos los guipuzcoanos, no tienen más que abrirse un paquete de Sarrieguis y quedarse mirando fijamente al contenido, ¡así somos de salados!
www.sarriegui.com
Precio aprox.: 3 euros bolsa 150 g
Hola Lucifer. Esta vez no vas a poder hacerme caer en la tentación, pues ya soy asiduo a Sarriegui and company. Están cojonudas.