Kiki

Alfredo “El Grande”
Una barra bien surtida y una cocina que pelea contra viento y marea

Me apuesto un pie con su juanete a que muchos de ustedes citarían la película “Último tango en París” si les pido que larguen lo primero que les venga a la cabeza al nombrarles el palabro “quiqui”, ¡vaya guasa! Algunos, los más blandengues, me dirán que suena a cosquilleo en la planta del pie y otros, los más beatos, que recuerda a nombre abreviado de santo pasado por potro de tortura, pues les asaltará el mal rollo al que sometieron a santa Julita y a san Quirico, para nombrar a este último patrón de los niños con dificultades en caminar, según una tradición de la ciudad francesa de Nevers, que tiene una catedral consagrada a ambos, ¡pobrecicos!

Y aunque la mayoría, insisto, recordaría a la adolescente y desdichada María Schneider con cara de cordera degollada, otro gallo le habría cantado a la muchacha si en vez del cartucho de mantequilla, el actor estadounidense hubiese empleado salsa de tomate, por poner un ejemplo; al menos la actriz francesa habría tenido la oportunidad de arrearle un ostión del quince con el tarro en el mismo morro al muy cochino, marrano y cerdo americano. Y sí, puestos a añadir algo más a este juego de palabras encadenadas, no está de sobra recordarles que la mejor salsa de tomate que podrán encontrar en el mercado, ¡y no es guasa!, la embotan en Valencia y se llama “Kikí”, que es como un polvo agudo por llevar acento en su última sílaba.

Por último y antes de entrar en faena con el amigo Alfredo, hostelero donostiarra como la copa de un pino, les diré que el asunto podría ir también por los derroteros más onomatopéyicos de la carantoña aplicada a la criatura recién nacida, ¡no se hagan la picha un lío!, pues si visitan a una amiga recién parida en el hospital, podrán susurrárselo al mismo bebé al oído, ”kiki-kiki-kiki”, “ui-ui-ui”, “ea-ea-ea”. Entrando ya a matar con fino estoque, les contaré que el patrón del local que hoy nos reúne tuvo un tío que lo bautizaron Alfredo, como aquel que apodaron “el Grande” y fue rey de los anglosajones; lo primero que balbuceó en la cuna fue algo parecido a “kiki”, así lo apodaron y se quedaron tan panchos.

Treinta y cinco años más tarde de aquel feliz alumbramiento, llegó al mundo y a la misma familia un nuevo heredero y Alfredo le pusieron, como a su tío “kiki”, así que listo, Calixto, lo pusieron a huevo y antes de que le diera tiempo a abrir la boca a la criatura, “kiki” lo llamaron como a su tío y fueron todos contentos para casa, felices y comiendo perdices. Y así se llama esta taberna donostiarra del barrio del Antiguo, como su dueño, que lleva ya un porrón de años atendiendo a su nutrida clientela a pie de barra, pues siempre tuvo fogón y botillería para iluminar el ojo a cualquiera.

El lugar es ejemplo perfecto de negocio que ha peleado contra viento y marea, adaptándose a cada uno de los momentos que le tocó vivir, sin desfallecer. Mi pescatera Mila, cada vez más guapa y deslenguada, suele recordarme que pasaron a la posteridad los años de marisco y almejas gordas para cenar entre semana y los que vivieron aquella bonanza sabrán de lo que hablo. Casi todo el monte era “orgasmo” y en sus laderas discurrían caminos suculentos, tan divertidos, opíparos y diversos en colorido y sabor, que se paseaban por ellos perros amarrados con longanizas, como en Candelario, un pueblo de Salamanca cercano a Béjar y famoso por sus embutidos y la fábrica de chacinas de Constantino Rico. Así que el amigo Alfredo, que tiene el pellejo curtido como una bota de vino, ha visto ya de todo, pues empezó cargando cajas de refresco al hombro, sabe de lo que trata el asunto hostelero y es capaz de adivinar, de un simple vistazo, lo que necesitan todos y cada uno de sus clientes, ni más ni menos.

Es una fiesta ver a Kiki cualquier domingo meneando vermús, con la misma destreza que el difunto José Manuel Azkue tocaba su Cavaillé-Coll en la Basílica de Santa María del Coro, liándola parda con octavas, clarines, trompetas magnas, violones, dulcianas, campanillas, flautas traveseras o bombardas; de la misma forma, con orden y concierto, va despachando sus raciones de ensaladilla rusa, banderillas clásicas, tortilla de patatas y deliciosos fritos, croquetas de tres quesos, jamón del bueno o bonito y huevo cocido. El ingenio musical del patrón incluye fantásticas piezas de fritura mixta de pescado en adobo con ensalada de lechuga y tomate, chopitos, calamares, el clásico panaché de verduras, callos, albóndigas, rabo guisado, manitas de cerdo, huevos rotos con chorizo, merluza rebozada, chuletillas de corderito o solomillo.

La buena cocina y las instalaciones fueron siempre su razón de ser y por ellas sigue apostando, acondicionándolas para que les luzca la melena por mucho tiempo a sus compañeros de cocina y sala, que pueden presumir de hornos o de una coqueta terraza por la que da gusto moverse y en la que podrán hincarle el diente al postre, echarse un café, fumarse la Faria o pimplarse un digestivo en vaso corto, recordando aquellos maravillosos años de “fox-trot” y manga ancha. ¡Alfredo lehendakari!

Kiki
Avenida de Tolosa 79 – Donostia
Tel.: 943 317 320

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito de barrio
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO Alto – MEDIO – Bajo

1 comentario en “Kiki

  1. Antón Miralles

    Hola, David. No me canso de leerte. Cuántos juntaletras casposos darían gustosos medio kilo de la suya para poder escribir tan bien como lo haces tú. Basta de jabón, pues me ha entrado el hambre una vez más. Bendito culpable de mi gula….
    Un abrazo

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