O de una comida sencilla y refinada.
Un local donostiarra que te hace sentir el salitre y el tronío de la cocina más sugerente.
Ya habrán leído en la prensa que este verano ha sido una temporada histórica de turismo, también aquí en Euskadi, nunca nos visitaron tantos madrileños, catalanes, maños, franceses, italianos, norteamericanos, chinos y toda la suerte de nacionalidades que les pueda venir a la sesera. Ya ven, nuestro país está de moda, y Donostia, al parecer, se lleva la palma de atracción, como cuando la Loren, aún hoy con sus ochenta añazos, se plantaba sobre la alfombra roja y dejaba patidifuso al personal, ¡vaya casta!
La última vez que visitamos a Dani López en esa rincón tope koxkero de la parte vieja donostiarra, donde crecer su simpar criatura, el Kokotxa, entonces la calle mayor era un hervidero nunca visto, la gente apelotonada en los tascos, dentro y fuera, en las escaleras de Santa María y en los aledaños de la sociedad Gaztelubide, justo a dos pasos del restorán que nos ocupa, con su piscolabis en mano, riendo y bebiendo a cuatro manos, ¡de no creer!
Di que era finales de verano, y que lo “chungo”, bien lo saben los hosteleros de la zona, viene con las primeras hojas que se estrellan contra el suelo, que los meses se hacen largos de pelotas y hay que tener mucho fuste para aguantar el chaparrón, pero olvidémonos de los venideros y desgranemos la optimista estampa.
Cuando entramos en el Kokotxa nos encontramos con un dandy venezolano en busca de mesa, ¿está todo ocupado, preguntó? Pues volveré en un rato para ver si a alguien se le olvidó su reserva, ¡chúpate ésa, María Teresa! El resto de mesas también estaban pobladas por ciudadanos de un lugar llamado mundo, que dirían los de Delafé y las flores azules: unos rusos con un hambre y un incomprensible frío del carajo en la contigua, unos franceses parlanchines en la de enfrente y unas cuantas parejas de pipiolos enamorados de vaya usted a saber dónde, porque el amor como cantaría el merengón de Luis Aguilé no entiende de idiomas, ¡viva la chatunga!
Se notaba que los tortolitos se sentían aquí a sus anchas porque la casa de Dani López es tope coqueta, posee esa desnudez de las viejas casas holandesas o el destello del taller de un pintor flamenco, con vigas lejiadas, sillas sencillas, iluminación suave, muebles restaurados y ventanas que filtran la luz del puerto donostiarra con una suerte de reverberación misteriosa que te hace sentir el salitre y el tronío de la cocina local en un instante.
Aquí cocinan en silencio desde 1993, es decir, no dan la murga y dejan los sermones para el cura de la vecina iglesia de Santa María del Coro. A través de su cocina se huele el donostiarrismo más genuino, actualizado, vestido de gala, eso sí, en un catálogo de sabores ricos, agradables sensaciones y presentaciones coloristas que le predisponen a uno al goce, a la jauja sencilla y refinada, sin parafernalias futuristas ni milongas trasnochadas.
Por si fuera poco, el menú degustación que a día de hoy proponen huele aún a estío, esparcimiento y costra de sal pegada a la piel tras impetuoso chapuzón marino. Sí, amigos, el recuerdo veraniego nos nubla el recuerdo y el pensamiento, así que si se quieren zampar el último suspiro de asueto, corran y siéntense en el Kokotxa, que a buen seguro en breve el otoño agazapado se hará dueño y señor de la carta.
Con más hambre que un jabalí engañarán a la panza con los aperitivos de la casa, hinquen el diente con ansia al tártaro de atún rojo, crema de ajos negros y helado de verduras escabechadas, bien rico y refrescante. Le siguen los moluscos de la Rías Baixas con aire marinero y ese toque chisposo de limoncillo e hinojo, puro sorbo oceánico que de delicado, nos supo a suspiro de ballena blanca asesina, ¡viva Melville!
Más ración marina, buey de mar al “natural” con cubo de sopa de ajo y zurrukutuna de su coral, se lo dijimos, Dani es capaz de dar forma a nuestros recuerdos más genuinos en la olla y darles de nuevo vida en nuestra boca a golpe de chef bien adiestrado, ¡qué perro! ¿No querían chocolate?, pues tomen taza y media. Siguiente parada, pescado del día con gazpachuelo y ñoquis de remolacha, un lomo fresquísimo al que no le faltaban más aditamentos que un par de pinceladas con chispa.
En asuntos cárnicos el pichón asado se lleva el protagonismo acompañado de ajos tiernos y unos cogollos bien impregnados en vainilla, ¡oh-lala!
Llegan los postres, un pedacito minúsculo de atómico “lemon-pie”, -el zampón que uno lleva dentro se hubiera jalado tarta y media- y un bizcocho roto de zanahorias con crema montada y helado de cardamomo verde rematan la función.
Brinden si pueden con un licorcillo, despídanse del equipo de sala, bien atento y solícito, y salgan paseando por la calle Campanario, aquella que unía la bajada del castillo con la plaza Vieja, donde se amontonaban los transportes de cañones, morteros, cureñas, balas y pólvora, mascando una parte de la historia de esta ciudad a la que un día, a pesar de las maldiciones, le entregamos el corazón.
Kokotxa
Campanario 11-Donostia
Tel. 943 421 904
www.restaurantekokotxa.com
COCINA Sport elegante
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 100 €