Kenji Sushi Bar

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O del pringue japonés.

Un minúsculo tasco de la parte vieja donostiarra convertido en taberna nipona.

kenji-sushi-bar_2Kenji Takahashi es un tipo avispado de veras que cocina con mano de seda para feliz goce de todos los que se arriman a su casa. Este japoneto audaz llegó a Euskadi hace algunos años y trabajó escondido en algunos fogones hasta que vio la oportunidad de salir de la madriguera y ponerse a guisar por cuenta propia.

El tipo es de Kobe, localidad reconocida por esas vacas que no hay quien las sople, que se duchan con jabón “Heno de Pravia”, leen suplementos dominicales, escuchan a Mahler y salen del establo vestidas de Tommy Hilfiguer. Allí aprendió las bases de un oficio que se sabe al dedillo y su inquietud lo llevó más tarde a Tokyo, aplicándose en técnicas de cocina occidental en locales de cocina francesa, aterrizando más tarde en el aeropuerto de Hondarribia, a la búsqueda de nuestra particular impronta, dejándose las pestañas en restoranes como Abarka o La Espiga, auténticas universidades del basque style.

Desde que soltó amarras, el bueno de Kenji nos alegra el morro en su pequeña parada del mercado de San Martín, “Kenko sushi”, y son una legión de glotones ávidos de pringue japonés los que corren hasta su mostrador para llevarse a casa el mejor take-away de pequeñas piezas, asunto del que hablamos largo y tendido en estas mismas páginas. Pero el hombre, ni corto ni perezoso, queriendo demostrar que Japón no solo se alimenta de esos pequeños nigiris de pescado crudo, se hizo fuerte en un minúsculo tasco de la parte vieja donostiarra que ha convertido en una pequeña taberna, al estilo de las que pueblan las grandes urbes niponas, personificada en una fachada estrecha, angosta barra, banquetas y una única mesa en la que todo pichichi quiere sentarse.

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Si se acercan verán el bareto a reventar de peña comiendo a dos carrillos, cuando los visitamos, una familia de ojos rasgados se ponía morada de gyozas, pues en su hotel en Biarritz les habían dicho que en la parte vieja donostiarra podían comer cocina japonesa sin chorradas, ya ven, las noticias vuelan que es un primor. Al contrario que en las barras tradicionales, en la tasca de Kenji no se exponen pinchos ni raciones ni tienen grifo de cerveza, parte del espacio lo ocupan una vitrina con pescado listo para filetearse y el utillaje necesario para montar todo tipo de piezas de pescado, preparadas con las mismas ganas con las que nos tiene acostumbrado en el mercado de San Martín, pero con la ventaja de que se comen allí mismo y se resuelven con mayor empeño debido a las posibilidades que ofrece su consumo al instante. En la planta baja del local hay fogón y cazuelas, pues aunque parezca mentira la cocina japonesa también tiene sus sopas y guisotes, amigos, no todo es “corte y confección” de pescados sobre montoncitos de arroz.

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Para empezar reconforta la tradicional sopa de miso, que entra como un bálsamo con este tiempo del demonio. La carta es generosa y a decir verdad serían necesarias varias visitas para comérsela enterita, así que es buena opción negociar con el patrón las ganas que uno trae de hincar al diente y dejarse llevar desde cocina. Apetece el sashimi, en el que se deja ver la calidad de un pescado irreprochable, señal inequívoca de que todo lo que vendrá después estará de muerte, es un detallazo descubrir que en vez del típico junco verde de plástico que habitualmente separa los diferentes cortes, se emplean hojas tiernas de lechugas que le da mayor gracia al asunto.

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El usuzukuri es de lubina o de gamba, según humor, y lo aderezan con un pringue encarnado que se arranca por bulerías. Por supuesto hay nigiris y makis de todo tipo y condición, algunos realmente apetecibles como el de toro, el de langostino marinado o el de carne de Kobe. Es precisamente en estas piezas en donde se le ve el plumero a míster Takahashi, pues a diferencia de las piezas a las que nos tiene acostumbrados en San Martín, que uno pilla y se lleva a casa, son de otra galaxia diferente las que allí preparan y se consumen a la misma vista del cliente: el arroz se soba menos y los acabados permiten otros juegos que hacen vibrar, piezas atemperadas con soplete, tibias, crujientes, en fin, toda una suerte de trucos de malabarista que dan mucho gusto a la entrepierna.

Para los más cursis que le hacen ascos a lo “crudo”, sí, esos mismos que en una sidrería pierden la cabeza por zamparse un corte de chuleta ensangrentada, Kenji fríe con el mismo arte que en el barrio de Santa Cruz sevillano, escurre del aceite preciosas piezas de marisco, verdura y pescado con unas puntillas que da gusto verlas, aderezadas con salsas de toda suerte y condición, ¡viva el frito!

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Para terminar el festival, nada mejor que darle a las empanadillas gyozas que se preparan según la receta de su madre, guisadas con cerdo y berza y tostadas, servidas con una salsa que pega los labios hasta que uno se acuesta y necesita abrir la boca para dar las buenas noches a su señora.

El servicio hace lo que puede con la sonrisa en la boca, no se olviden que aquello es un tasco y no hay ni guardarropía ni aparcacoches, así que dejen los visones o el Ferrari en el garaje y no encontrarán problema alguno. Kenji es un tipo que merece el “Tambor de Oro” de la amabilidad y las ganas de superar los obstáculos a muchos miles de kilómetros de casa. ¡Aupa tú, chaval!

Kenji Sushi Bar
Embeltrán 16
Donostia
Tel.: 943 434 250

COCINA Sport elegante
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos
PRECIO 35 €

1 comentario en “Kenji Sushi Bar

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