O de toda una institución.
No se conoce con exactitud a qué noble dama inglesa se le ocurrió la feliz idea de tomar un tentempié mediado el día para distraerse entre el desayuno y la cena (hambre no es que pasara la clase alta, claro), pero es de agradecer que los británicos, tan amantes de las tradiciones, hayan hecho de su “té de la tarde” toda una institución que miman, cuidan y practican con asiduidad.
Para algunos, fue Bárbara de Braganza quien instauró el “evento” del té, pero otros dicen que fue la Duquesa de Bedford la golosona que lo institucionalizó y lo convirtió no sólo en un modo de matar el hambre sino también en un evento social que persiste hasta nuestros días.
Hoy en día la cosa es fácil (relativamente): se elige un establecimiento al alcance de la Visa, se reserva mesa (aunque parezca tonto, a estos británicos les gusta tenerlo todo atado y bien atado), se sienta uno y arregla el mundo mientras disfruta de una tarde en buena compañía y con manjares relativamente ligeros pero bastante suculentos.
Elegir el té es el primer paso, esencial. Desde el tradicionalísimo English Breakfast hasta los Asam, Oolongs y demás frikismos pasando por mi favorito, el Earl Grey aromatizado con cítricos y bergamota o su primo hermano –o prima, más bien– Lady Grey, algo más suave.
Luego llegará el momento de los sándwiches, pequeñitos y en pan fresco fresco, como dios manda. Sin muchas gilipolleces saben ricos: salmón, pepino, un buen jamón cocido con mostaza… ¿Se puede pedir más?
En realidad, sí. La segunda estación son los scones, una suerte de magdalenas templaditas a las que añadiremos una mantequilla suave (clotted cream, que la llaman) y mermelada de fresa… Esta estación es mi favorita, ¡ñam! Y como la mermelada esté buena, ¡que traigan un barril!
Y aunque parece que sea poco lo que hemos zampado hasta el momento, toca recalcar un poquito para afrontar la última sección, que suele ser la más variable en función del establecimiento elegido. Finos pastelitos, pasteles no tan finos o incluso cupcakes de todos los colores para terminar con el shock glucémico de la tarde.
Total, que el afternoon tea es una visita casi tan obligada como el Museo Británico cuando se va a Londres, o en cualquier salón de té (cuanto más victoriano, mejor) de los que existen prácticamente en cada localidad de las islas…
En Londres, en particular, la gama es extraordinariamente amplia. Desde el lujo y el boato del Savoy o el Ritz, hasta la deliciosa sencillez de Bake-a-Boo (West Hampstead) pasando por el suicidio por chocolate del Chancery Court Hotel (lleven insulina) o la luminosidad de la Orangery del palacio de Kensington, un maravilloso oasis en medio de los jardines del mismo nombre…
En cualquier caso, la mejor ocasión para cotillear, tertuliear, echar unas risas –discretas, claro, ejem– y meterse hasta el zancarrón en otra de las maravillosas tradiciones culinarias de la Pérfida Albión.
Me podrías recomendar un Earl Grey digno de un paladar británico?
Gracias