O de un auténtico titán.
Lo conocí en los fogones de Martín Berasategui, cuando ejercí allá de jefe de cocina en el paleolítico. Juanjo llevaba tiempo siendo proveedor de la casa y nos acercaba puntualmente, en su flamante taxi, los mejores cestos de hongos, zizas, trompetas de la muerte, perretxikos o morillas, las mejores piezas y variedades que puedan imaginar.
Siempre sonriente, contento de verte, era feliz si le ofrecías un trago de vino y una croqueta, una cuña de queso o un bocata pequeño que llevarse a la boca, pues venía volando de Galicia e iba camino de Soria, siempre así. En los meses fríos nos proveía de las más gordas y prietas trufas negras que se podían encontrar y que guisábamos en revuelto, asadas o desperdigadas por los platos en finas láminas.
Recientemente extendió su oferta a selectas verduras que manufacturaba en casa, con su familia: alcachofas, habas tiernas o cualquier golosina vegetal que se te antojara, las traía en su furgoneta a toda mecha para que las metieras en la olla. Desgraciadamente, murió el pasado mes de noviembre y no podremos comer juntos en Ibai, como de costumbre, puntuales a la cita de otros viejos zorros, Alicio y Juantxo Garro.
No contaremos más con su complicidad en las grabaciones de TV, hecho un pimpollo de los pies a la cabeza. Echaré de menos su mirada franca, su sonrisa abierta y todos esos tesoros que guardaba en sus bolsillos y ofrecía con singular simpatía en cada visita, puñados de nueces, avellanas o tres nísperos que te extendía más chulo que un ocho.
De no creer. Te has ido. Aunque ya te lo dije en vida tantas veces hoy vuelvo a recordártelo: fuiste un puto campeón.
Que la tierra te sea leve, nunca te olvidaremos.