Castillo de Arteaga

O de un restaurante cuyo centro fundamental es la parrilla.

 Trece habitaciones y un restorán ubicados en plena ría de Gernika.

Napoleón III y Eugenia de Montijo, emperadores franceses y viejos conocidos de estas páginas, recuperaron este castillo en plena ría de Gernika como agradecimiento al ser nombrado Eugenio Bonaparte como “vizcaíno de origen”, decisión que adoptaron las Juntas Generales de Vizcaya en 1856, pues la Condesa de Teba era propietaria del mismísimo solar de Arteaga, situado en el barrio de Ozollomendi.

La rehabilitación de las ruinas las llevaron a cargo con responsabilidad los mismísimos arquitectos de los sitios imperiales, que proyectaron la nueva torre convencidos de que las viejas dependencias no eran merecedoras de convertirse en residencia digna de sus dueños; de tal forma, en mitad de aquel hermoso paisaje rodeado de marismas, levantaron el palacio neomedieval adosado a un magnífico torreón, homenajeando de tal forma a la grandeur gótica francesa de las épocas de mayor esplendor, ¡ale!, ¡tirando la casa por la ventana!, ¡vive la France!

Aunque, seamos sinceros, las crónicas sí reconocen que fueron apañados reaprovechando parcialmente los muros exteriores de la vieja torre, en los que abrieron una aparatosa portada en ojiva que aligeró la entrada, además de reutilizar gárgolas con figuras fantásticas y algunos elementos propios de la arquitectura militar gótica como almenas, merlones y matacanes. En su sótano y planta baja ubicaron bodegas y fogones acondicionados con todo lujo de detalles propios de la tecnología de la época, espetones, cámaras de hielo, mesas de trabajo pulidas, desagües y hasta camarines para alojar a pinches y personal de cocina. En las plantas nobles se acondicionaron zonas de recibo, dormitorios principales, capillas y salones, unidos por una escalera de caracol que atravesaba el torreón angular de arriba hasta abajo, como una espina dorsal.

Muertos doña Eugenia y mesié Napoleón, pasó la torre a manos de la Duquesa de Alba, hermana de la emperatriz, y bien entrado el siglo XXI, la propiedad del lugar llegó a manos de Garbiñe Azkuenaga, que lo gestiona hoy reconvertido en un precioso hotel y restaurante Relais & Chateaux.

Corren malos tiempos para la lírica y bien cierto es que nos plantamos en este siglo XXI tras haber remozado la historia de la cocina de cabo a rabo, como el castillo de Arteaga que hoy nos ocupa. Rebobinemos, pues. Las bases de la cocina decorativa del siglo XVIII, capitalizadas por la restauración del XIX, fueron abandonadas con la renovación iniciada en 1970; así, las viejas salsas y fondos, auténticas bombas indigestas, se reemplazaron por caldos reducidos, jugos o emulsiones de verduras y plantas aromáticas frescas; las cocciones se acortaron y los adornos se volvieron inútiles en un sistema que vio migrar el corazón de la decoración, sucesivamente, de la mesa a la bandeja y más tarde al plato, convertidos tanto en creaciones de diseñador como en obras de cocineros.

Asistimos a una especie de salto desde la arquitectura y la albañilería, típica de las grandes piezas de cocina de la corte, en las que la ostentación se situaba por encima del sabor y la lógica de los alimentos y sus combinaciones, en favor del sentido pictórico y escultórico de las preparaciones servidas en el plato que recurren, hoy, a Rothko, Pollock, Calder o Serra en una estética de conjunto que disfraza nuestra cocina con un velo de rasgos místicos y orientales, tónica general de estos años o a mi me lo parece. Amen.

Por eso se agradece que en casa de Garbiñe pongan en práctica una cocina con pocas pretensiones, cuyo centro fundamental es la parrilla y algunos platillos sin mayor complicación, terrina de foie gras con toques de brasa, salmón ahumado “Keia” servido en tacos, croquetas cremosas de bacalao, arroces, sopas, bacalaos al pil-pil o a la vizcaína y pescados asados, servidos sin fuegos de artificio; el rabo de vaca lo estofan a la manera tradicional, servido con crema de apionabo, mientras las carrilladas, muy tiernas, se escoltan con ajos y muchas patatas rotas, bien chafadas.

Capítulo aparte merece la chuleta de excelente calidad, asada sobre hierros incandescentes; mi única recomendación es que pidan platos calientes para que no se les enfríe y la acompañen de lechuga tierna, aliñada con aceite de oliva y cebolletas.

¡Ah!, recuerden que si les traiciona el sueño, podrán disfrutar de cualquiera de las trece habitaciones de la casa, así que sean Borbones y alójense en las más caprichosas, ubicadas en los torreones exteriores.

Castillo de Arteaga
Gaztelubide 7
Gautegiz-Arteaga (Bizkaia)
Tel.: 94 627 04 40
www.castillodearteaga.com
info@castillodearteaga.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Lujo – Rococó
¿CON QUIÉN? Con amigos – Negocios
PRECIO 80 €

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