Ca L’Estevet

O de un lugar que no se parece en nada al «mundo de los escomendrijos».

Genuina cocina barcelonesa servida sin complejos ni amaneramiento hortera.

Audrey Hepburn resuelve en “Desayuno con diamantes” el papel de una mujer que frecuenta esa alta sociedad neoyorquina a la que tan solo le preocupan los tipos con abultado tamaño de cartera, y danza así de fiesta en fiesta, empuñando un Dry Martini, buscando ricachones empachados de dólares que soporten un ritmo frenético de vida.

Miren ustedes por dónde, resulta que cierto día aparece el despistado de George Peppard y entablan una relación que se va acaramelando conforme avanza la peli, que tropieza con un duro iceberg cuando Holly, el personaje interpretado por la delicada Hepburn, le reprocha a Paul, interpretado por Peppard, “no me agradan los hombres que se acercan a mí tanto con su vientre, es la trampa más horrible en la que quedar atrapada: los vientres de los hombres son mucho más viscosos que sus cerebros». Los pelos en punta, oigan, qué gaitas más destempladas.

Y deja claro que el lugar que hoy les recomiendo no es del agrado de la divina actriz, más feliz entre escayola y esos salones dorados habitados por las criaturas de Truman Capote, en los que la comida es peor de lo que podría uno imaginar; Paul, estoy seguro, prefería comer buenas costillas, patatas fritas, huevos revueltos, tostadas francesas y bistecs, a vivir de terciopelo y brocados, rodeado de lacayos con pajarita y guante blanco.

Es un alivio que aún queden tantas casas de comidas verdaderas y que en Estevet todo sea auténtico y sin chorradas, desde las mesas o las banquetas, hasta los manteles a cuadros o las fotos de todos los pájaros que se han posado allá, incluso una de Orson Wells tienen colgada. Local castizo frecuentado por las gentes del mundo de la cultura, del espectáculo y de la farándula, destilado del ambiente de la bohemia de la Ciutat Vella y de los tipos que nacieron, vivieron y conspiraron allí, como Manolo Vázquez Montalbán o Terenci Moix, además de aquellos que representaron la esencia de la Barcelona más auténtica de los sesenta y setenta del pasado siglo veinte, que encontraron en este tasco, una sabrosa cocina burguesa e incluso obrera, servida sin complejo alguno ni amaneramiento hortera, ya saben, aquella época feliz en la que chefs y gourmets disfrutaban de lo lindo sin darle la murga a nadie.

Los años de la degradación del barrio y la “modernización” de la ciudad fueron los de su olvido, según cuentan, y las dificultades obligaron a mudar de pellejo, convertido en restorán del montón, lavado, sin encanto, en el que se sentaban los empleados de las oficinas cercanas, que zampaban allí su rancho con un “ticket” de empresa, apurando café, copa y Faria; de vez en cuando se dejaba caer Horacio S. Guerrero desde su despacho, corresponsal de Time Life y The New York Times, colaborador de la revista Destino y más tarde director de La Vanguardia, que ejerció de crítico literario, teatral, cinematográfico y taurino, colega de mantel de los carismáticos Obiols, Puigvert, Perucho o Luján, gastronómadas que daban cuenta de cualquier festín en los locales más consagrados del momento, como el Agut d’Avinyo del inolvidable Ramón Cabau, extraordinario tipo que acudía todos los días del año a comprar a La Boquería, hablaba con los clientes, daba consejos en los puestos, sugería ideas, animaba a los vendedores para que introdujeran nuevos productos y era inmensamente feliz en ese paraíso de olores y colores. Murió joven.

Una cuarentena de comensales pueden disfrutar de los platos tradicionales de Estevet, bien resueltos y a precios asequibles, esa vieja fórmula de toda la vida hacia la que los locales más sensatos miran desde hace ya un buen tiempo, que no está el horno para cocinar tonterías; su clientela parece la del barrio, parejas jóvenes que llegan en bicicleta, solitarios, cuadrillas trajeadas que untan pan en all-i-oli y bastantes culturetas que aterrizan para calmar el hambre que provoca pasearse por las exposiciones de los museos de la zona, que abundan como las setas en primavera.

Anchoas de L’Escala con pan con tomate, croquetas, buñuelos de bacalao, berberechos al ajillo, Calçots con romesco, patatas Can Tomás, canelones de la casa, bacalao a la llauna, pescados planchados o rebozados y unas carnes de verdadero infarto, espalda de cabrito, sesos de cordero a la romana, cap i pota con sanfaina, butifarra con judías, manos de cerdo y caracoles, ¡cómanse un ciento!; decía J. Pla que “en su concepción del mundo, los caracoles juegan un gran papel y sirven para clasificar a la gente… Pau es un cincuenta caracoles… Pere un ciento cincuenta caracoles… Berenguer un doscientos caracoles…”, él mismo era un veinte caracoles, “y los que no llegan a esa cantidad forman el mundo de los escomendrijos, una especie de limbo sin fuego ni luz, ni brasa ni humo”.

¿Cuántos se comerían ustedes? Yo soy un trescientos caracoles, aunque esté mal decirlo y corra el riesgo de que se entere mi dietista; no sean tan borricos y dejen hueco para la crema catalana bien tostada, café y cubata; beban cerveza Moritz bien fresca y vino del Priorato: por cabeza pagarán apenas treinta euros y con suerte les atenderá una artista de la pista, especie de camarera italiana tan hermosa como Sofía Loren, ¡uaaa!

Ca l’Estevet
Calle Valldoncella 46
Tel.: 933 024 186
www.restaurantestevet.com
info@restaurantestevet.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Castizo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 30 €

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