Rekondo

O de lo que hay que hacer mientras queden clásicos que «leer».

Se sentirán bien, se preocuparán por su trasero y serán felices para el resto del día.

Cuentan que en un banquete ofrecido por Sixto IV en honor de doña Leonor de Nápoles, dispusieron todo tipo de vegetación alrededor de las mesas de interior de palacio, árboles y arbustos incluidos, con la pretensión de que el ambiente decorado recordara a una majestuosa comida en el mismísimo campo, recreándose así fielmente un terreno boscoso con todo lujo de detalles que incluían grandes mantos de hongos silvestres, rocas, matas de hierbas aromáticas y enormes cantidades de hojas secas desperdigadas alrededor de los invitados.

Se asó en su jugo una ballena entera con cabeza y cola, dando la vuelta infinidad de veces alrededor de la mesa y de los comensales, bajo ramas y preciosos brocados que pendían de los dinteles, al son de la música, los clarines y las trompetas, enorme festival, ríanse del cotillón del Hotel Palace; la sala la refrescaban con grandes fuelles colocados detrás de preciosos tapices y todos los utensilios eran de oro y plata, en un ambiente que recordaba el lujo pagano de la Roma Imperial; los sirvientes vestidos con terciopelo y brocados ofrecían dulces, naranjas y malvasía, mientras otros presentaban fastuosas palanganas con agua de rosas para que se lavara las manos y la cara todo pichichi antes de comer, sirviéndose un menú ligero que incluía, entre otras golosinas dignas del mismísimo Pablo Mármol y Pedro Picapiedra, venado asado con toda su piel, cabras, liebres y terneras, garzas y pavos reales con sus plumas e incluso un oso enterito asado con un garrote entre sus garras.

Cuando subes en auto las primeras cuestas que conducen a Igueldo, sientes una irrefrenable necesidad de darte un homenaje y las manos empujan el volante hacia la izquierda, para estacionar en casa de Txomin, Lourdes y Edurne, que disponen de todo tipo de vegetación y confort alrededor de sus mesas para hacerte sentir mejor que Leonor con su ballena, sentado en una maravillosa terraza bajo plátanos centenarios o en los comedores interiores, que tanto gustan a los amigos de la casa que allá se acomodan ilusionados con el relajado ambiente, el cuidado detalle de las mujeres de la casa, el disfrute de su magnífica bodega y sus reputados asados de carne y pescado, impresiona comprobar que el estilo de la casa permanece inalterable en el tiempo, ajeno a las tonterías de moda.

Arturo Pérez Reverte respondía hace bien poco a la curiosidad de una periodista que lo interrogaba sobre sus escritores contemporáneos favoritos, “mientras queden clásicos por leer, tengo lectura de sobra”, ¿entienden?, uno de esos clásicos inmortales es la casa que nos ocupa, en la que uno se siente señor director general aunque vista con pantalón corto, alpargatas y llegue al volante de un Renault “Modus”; atienden de miedo, le harán sentirse bien, se preocuparán por su trasero, le plantarán las mejores olivas encurtidas de la ciudad y serán felices para el resto del día con su comida.

En mi última visita arrancamos con ostras de panza gorda, refrescantes, un sabrosón carpaccio de cigalas con guacamole y hongos revueltos comme il faut, setas sabrosas bien condimentadas y huevo cremoso bien cuajado; tengo que confesarles que no levanté la vista de las mesas vecinas, pues ansiar, beber, comer, dormir, roncar, soñar e incluso pensar, debe hacerse entre vino y vino, siempre en el placer del momento presente, o en el deseo preparado para el momento siguiente, ojo avizor, sin dejar de adivinar un segundo el resto de manjares contenidos en la carta y repartidos por la sala, morcilla de Urt tostada en ensalada, menestra de verduras, alcachofas con rabo o vieiras doradas y borrachas de vinagreta de ceviche.

Cualquier asado da reputación al lugar, cola de merluza, lenguado, bogavante, bacalao, langosta, solomillo de ciervo o la chuleta de vaca, que Txomin atiza sobre las brasa con desparpajo, da gusto ver a un profesional con mirada tranquila, de vuelta de casi todo, ilusionado con plantarte sobre la mesa una buena faena de carne cocinada, dos orejas y rabo para el más grande.

Antes del postre pueden pellizcar el muslo a la paloma torcaz en salsa y ahora sí, rendirse a los quesos, la cuajada, la leche frita, el tocino de cielo, la mousse borracha de turrón, el helado de queso, los canutillos fritos o la tarta extrafina de manzana caliente, empapada hasta las cartolas de mantequilla fresca; abandónense en los brazos de una botella de “Amour de Deutz” 1999, más barata que en el mismo supermercado.

Si no están contentos con descollar en el gran arte de la voluptuosidad y el desenfreno no es suficientemente intenso, la obscenidad y la infamia están ahí para su participación gloriosa, eso sí, agarren el auto y sigan la fiesta en casa, revuélquense como los cerdos y sean felices a su manera; por lo demás, no les estoy diciendo nada que no sepan y que no hagan ya, efectivamente, pero en modo de inspirarles horror y escándalo, no sé si me entienden; perdería mi tiempo y mi esfuerzo si les dijese otra cosa, pues hablarle de temperancia a un libertino es como hablarle de humanidad a un tirano, están todos ustedes calados.

¡Viva Txomin Rekondo!

Rekondo
Paseo de Igueldo, 57
Donostia
Tel.: 943 212 907
www.rekondo.com
restaurante@rekondo.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO 90 €

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