Mendizorrotz

O de aquella maravillosa cantinela: ¡ama, llévame a Igueldo!

Allí la buena comida pasa como una exhalación ante sus ojos.

El auténtico zampabollos es un tipo solitario que huye de las muchedumbres, muy divertido y adicto a la buena vida que desde bien chico desarrolla síntomas de aislamiento y fijación por la manduca. Los hay incluso que con apenas dos años, despiertan gritando, ¡choíso!, ¡choíso!, porque les dan a probar pequeños trozos minúsculos de “El Pamplonica” desprovistos del pellejo insípido y transparente que envuelve tal prodigio de embutido.

Cuando cumple cinco tacos, el verdadero glotón decide que no quiere ir a más fiestas de amiguitos llenas de viejas pintarrajeadas a las que está obligado a besar en las mejillas y en las que se meriendan horribles bocatas de pan de molde soso, existiendo barras crujientes de pan de miga prieta con las que habitualmente engulle él su merendola; puestos a elegir, prefiere que le preparen en casa una comilona con jamón del bueno, muchas croquetas de carne, queso y huevo cocido, macarrones gratinados en el horno, tortilla de patata y torrijas con corte de helado mantecado, regado con mucha gaseosa.

Pasan los años y salir a comer los domingos se convierte en su planazo en familia más emocionante; después del baño y de echarse jersey al hombro, lo llevan a oír misa y se tira pensando, durante la ceremonia, si pedirá redondo en salsa o filete empanado, si el solomillo llevará muchas patatas o quedará tarta de galletas de postre cuando lleguen, pues el plasta del cura sermoneó más de lo habitual y salen del templo con retraso: cruza los dedos.

Dice Ruvalcaba que el verdadero glotón es un orate, que en el lugar más inhóspito entre Pinotepa y Oaxaca, baja del auto a comer algo en un puesto blanco y le dicen: son tacos de perro; y atrás, en un corral, lloran perros aún jóvenes: déme tres, entonces. El goloso no entiende la diferencia de clase entre el pulmón, el hígado, la lengua, la papada o el lomo de un cerdo. ¿Y el recto?, venga “padentro”. Las diferencias, para él, son de intensidad de sabor, nada más. No tiene fobias, salvo lo malhecho o lo podrido.

En la adolescencia, cuando preguntan al tragaldabas, «¿qué quieres de cumpleaños?», dirá sin dudarlo un instante: ir a comer a La Oca, al Alameda, al Zuberoa, al Kiruri, a Matteo, al Atamitx, al Patxiku-enea, al Hotel Jauregui, al Matxinbenta, a una cervecera en Basurto, al Arantzabi en Amasa o, mejor, al Mendizorrotoz, donde probará los primeros percebes hervidos, los primeros callos de ternera en salsa y el primer sorbo largo de viña Tondonia en copa; la revelación lo inquieta y pasa como una exhalación ante sus ojos: «¡qué rica está la vida, coño!”

Sentado en el Mendizorrotoz, con un buen plato de jamón recién cortado o unas anchoas fritas con ajos, así, de esta guisa, se parte la caja el verdadero tripón desde lo más hondo de sí mismo y hacia el mundo, cuando lo asedian con preguntas como éstas: «¿comes cuando no tienes demasiado apetito?, ¿te das panzadas de comida sin justificación alguna?, ¿anticipas con placer y expectación los momentos anteriores a subir a Igueldo para comer en casa de Nekane, Espe y Víctor?, ¿planeas con premeditación y alevosía estas visitas secretas junto a la iglesia de San Pedro?», preguntas que no lo atormentan para nada de la horrible culpa de la explosión de los sentidos que sentiría un buen cristiano. Él no lo es, en absoluto.

Y mientras desea que llegue el siguiente manjar tras esas anchoas que le pintarrajearon el morro de aceite, aterrizan percebes recién robados al mar, justo hervidos, unas zizas rehogadas con cebolleta tierna y un tremendo revuelto de hongos; lamenta no haberse acordado de que la casa ofrece excelente sopa de pescado en la carta, pero se reconforta con merluza o rape rebozados y una enorme muxarra asada sobre las brasas, con su refrito.

Al final dudó tanto entre el cordero asado o los chipirones troceados en su tinta, que para evitar reyertas pidió a Espe que trajera una enorme “chuleta maricona”, asada a la parrilla, jugosa, bien repelada y trinchada en escalopes deliciosos, que entran por su boca bien escoltados de lechuga tierna y patatas fritas verdaderas.

Quienes dilapidan a los comilones o los escarnecen, creen que el verdadero glotón está solo y vive en un mundo atroz, lo cual es cierto: pero olvidan que TODOS moriremos más solos que la una, y que el mundo es descortés para cualquiera.

Mendizorrotz
Plaza Lizardia 4
Igueldo-Donostia
Tel.: 943 212 023
www.restaurantemendizorrotz.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 40 €

Crédito fotográfico by Lobo Altuna

6 comentarios en “Mendizorrotz

  1. Conchi

    Por dios bendito, David, viendo esa carnaza se me ha abierto el apetito ya tan de mañana.
    Mendizorrotz está en el culo del mundo, pero merece la pena arrimarse con un grupete de amigos de los que disfrutan en la mesa.
    ! garrote !

  2. Juan de Elche

    ¿Para cuando un post -de esos que de bien escritos que te salen parece que ni los han pensado- de esa celebración, y la causa que la motivó, que hubo el seis de Junio pasado -es decir ayer domingo- en la que por casualidad estabas tú invitado?.
    Enhorabuena, felicidades, y que no falte de nada -excepto de lo malo, si puede ser que de lo malo no os toquen casi ni cien gramos-.

  3. AMAIA

    Zorionak David. Me imagino que os lo pasariais en grande,en la foto del D.V. así lo parecía. Que disfruteis y zorionak berriro.

  4. Mikel Canario

    Y yo estuve trabajando muchos veranos alli de cocinero, grandes jefes, bittortxo,nekane y por supuesto espe, un sitio que me marco desde que empece en esto de la cocina hace ya unos cuantos años, y desde luego que si vuelvo a donosti, vuelvo alli como minimo a tomarme un cafecito, si, esta lejos, pero he subido tantas veces, que ya ni me parece que este lejos, y encima…merece muy mucho la pena.

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