O de una aventura riojana que se emite en directo, como los programas de Raffaella Carrà en la tele.
Los que me leen, saben que todas las semanas me detengo en un vino y escribo sobre él como buenamente puedo, con toda mi vergüenza torera. Conozco gente que sabe tanto de viña y vinos que podría reconocer una botella por el ruido que provoca al derramarse sobre el fondo de la copa, probaron el vino antes que Jancis Robinson, leyeron todo tipo de revistas insufribles repletas de puntuaciones y sienten curiosidad por la calidad de las precipitaciones que mojaron la Ribera del Duero en agosto de 1913, justo antes de que anocheciera.
Cuando en una mesa se improvisa un acalorado debate sobre vinos, suele ser el momento que aprovecho para ir al baño a limpiarme la cara o a la cocina a robar los restos de la tarta y el asado; me pone muy nervioso el asunto, qué le vamos a hacer, pues curiosamente todos aquellos que conocen en verdad los vinos, callan y disfrutan como marranos, sin decir tontadas, abriendo botellas buenísimas con desparpajo y trincándolas sin decir sandeces, con voraz apetito y mucha sed.
En fin, que uno escribe de vinos con cautela y mucho morro y escucha a los que verdaderamente saben, no hay más misterio. En mi caso, me reúno casi todos los viernes del año con Nagore, Joseba, Julián y Steve L’Abbé, que es el amo de la barraca de los vinos en Martín Berasategui, y bebemos y nos concentramos, atendiendo y tomando nota de todo lo que sucede, al quite de cualquier olor, matiz o lo que tercie.
Tengo que reconocer que soy torpe y me cuesta girar el vino de la copa en la mano sin apoyarlo sobre la mesa, me parece un crimen escupirlo sin beberlo y no concibo apurar más de dos tragos sin darle un mordisco a un trozo de chorizo o a un cacho de queso; mientras la mayoría encuentra en el fondo de las copas humedad, tierra, salinidad o verdor, yo adivino kokotxas al pil pil, bacalao con tomate, palomas en salsa, pollo al curry, arroz con leche y caramelo de café con leche, qué le vamos a hacer, no doy para más.
Por eso, aplaudo la osadía de los amigos del gobierno riojano que han tenido a bien invitar a una cebolla gorda -yo mismo- a compartir experiencias enogastronómicas con otros cuatro blogueros que admiro profundamente, Roberto González, Joan Gómez Pallarès, Antonio Portela y Manuel Gago, ¡pobrecicos!, allá voy.
Mañana arranca la aventura, subiremos a un auto y nos pasearán de viña en viña, recorriendo Rioja de norte a sur y de este a oeste, sin detenernos un segundo, con el firme propósito de ser testigos de la vendimia y charlar con sus protagonistas, todos los que habitan aquella tierra privilegiada empapada en vino.
Podrán leerlo en El Rioja de Blog en Blog, con su fotos y vídeos, todo bien ordenadito, en un experimento pionero emitido casi en directo.
Que la Virgen y San José nos bendiga a todos la barriga.
Ya lo siento, todas las putadas te pasan a ti.
David, tú lo que tienes es mucha suerte de echarte al coleto unas copas de vino en compañía de gente que sabe (además, estoy seguro que también entiendes un güevo y parte del otro). El resto de los mortales ahorramos unas perrillas para trincarnos una botella (o dos, o tres, o 33) y flipamos cuando el vino está rico (en mi caso, siempre; soy un facilón)
Es que me das una envidia…
Salud. (hips!)
Al leer tu crónica he revalorado mi precámbrica manera de paladear el vino. Me lo tomo y ya, habrá alguno que no me guste y lo rechazo, pero ya sin tanto aspaviento ni estudio organoléptico al respecto.
Esperamos pues la crónica de la aventura del paseo riojano.