Nosotros dos

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O de un cóctel de terror.

Deben ser muchas las maneras de comerse a una persona. Ahora bien, de lo que aún no puedo hablarte es de si será lo mismo cocinar a una mujer o a un hombre. No me he parado a pensarlo, aún imaginando que la textura al corte será similar y la carne de fémina será mucho más jugosa y esponjosa y requerirá de menos tiempo de cocinado que la de un ejemplar del sexo opuesto. Eso quiero creer.

Ya sabes, como ocurre con el ganado y según la intensidad del trabajo realizado en vida, la calidad de la alimentación y cómo se haya producido la muerte, obtendremos una pieza de excelente o menor hechura. Que un ejemplar muera enfermo, exhausto por un esfuerzo desmesurado o con una imperceptible infección intestinal puede acarrear una merma irreparable en la calidad de su carne y que su músculo se vuelva oscuro, pegajoso y las vísceras no tengan esa frescura y el agradable e indescriptible olor a leche fresca que exhala un hígado o un riñón recién trinchado.

Hay quienes ejercen de resabiados gourmets y frecuentan las exclusivas mesas de los mejores restaurantes del mundo en busca de aquello que la inmensa mayoría de mortales no podrían pretender, ni en el más bondadoso de sus sueños, llevarse a la boca. Ni tan siquiera un pedacito, una sola migaja. Otros, de vuelta de tanta excelsitud, tanta cocina trendy y habitando incluso los dominios de la comfort food, sienten esa irrefrenable curiosidad por morder esa piel que la mayoría se conforma con lamer o acariciar.

El hombre es bastante difícil de llevar al matadero, porque es caprichoso y poco inteligente. Lo sé hace ya tiempo. No hay manera. Me costaba creerlo, pero ahora entiendo eso que aseguran con tanto ahínco los grandes chefs: No sólo es necesario el dinero para comprar bien. Son imprescindibles los buenos contactos, estar en el momento y a la hora precisa, no demorarse un segundo y actuar diligentemente. Savoir faire.

Conozco quien ha cocinado y comido hombres, pero lo que desearía probar fervientemente es una mujer. Aunque a decir verdad, me daría igual uno que otro. Debe ser puro gozo. No te asustes. Has de tener paciencia y hacer de tripas corazón para poder ponerle rostro a quien esto escribe y quiere compartir contigo su irrefrenable deseo de comerse a un semejante para dar así sosiego a un capricho que cuanto más tarda en complacerse, embrutece a un caníbal que, sin lugar a dudas, debe habitar en nuestras entrañas. La tuya y la mía, sí. Aunque lo neguemos, todos desearíamos comernos. Unos por curiosidad, otros por morbo, por hartazgo o pura gourmandise. Vete tú a saber. Variados son los colores.

Lo que sí conozco bien, son las distintas formas de descuartizar y comer un ser humano. Ahora mismo, sin mucho esfuerzo, os puedo proponer tres. Se puede partir en seis pedazos: cabeza, brazos, tronco, caderas, muslos y piernas, incluyendo, claro está, pies y manos. También sé que hay gentes que trocean a la persona en ocho, ya que les gusta separar el cuello de la cabeza y las rodillas de las piernas, con su melosa y suculenta rótula recubierta de sabrosa carne roja repleta de colágeno gelatinoso. Y el tercer método es más violento, a la vez que menos civilizado. Consiste en comerse la persona entera, sin más, a mordiscos pausados, comer un día hasta hartarse y meter lo que queda en su bolsa al vacío en la nevera y sacarlo al otro día para seguir con el festín. Como comerse un pastel, un trozo de queso o el fiambre que celosamente guardamos en una cajita provista de tapa hermética. Harto evidente que esta última manera es más incómoda, por no decir que imposible. Pero añade una pizca de humor y desconcierto al desasosiego que amordaza tu estómago, querido amigo. No lo dudes, hablo en serio. Si pudiera, te comería. Lentamente.

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Hace tiempo leí en la prensa que habían encontrado en la Place des Vosgues de París, el cuerpo de un escritor de éxito retirado, metido en una bolsa de lino y oculto en un viejo mostrador de la antigua panadería de Luc Manon. Era un tipo grueso con fantásticos tobillos y un aspecto rollizo irresistible. La prensa nunca dejó escritos los detalles del estado en el que se halló el cuerpo, pero como me conozco el asunto y sé que en Francia también hay mucho vicio, me apuesto el pescuezo a que estaba mordisqueado. No se lo acabaron del todo porque ya tenía años y quienes se dieron tal festín terminaron hartos y cansados de tanto masticar. Lo sabré yo. Los ojos, por ejemplo, que son lo más exquisito cuando la persona tiene menos de treinta, se endurecen y malogran y ya no vale la pena comerlos más que si se escaldan en agua hirviendo y se escabechan con muchas hierbas aromáticas y vinagre de yema de Jerez, que le mate ese regusto amargo. Algún día podré emitir mi propio juicio. Eso seguro.

Mientras tanto, tú cuídate de seguir leyendo, no vaya a ser que como ocurre en las historias más espeluznantes, ansíes terminar sentado en este relato con la servilleta anudada al cuello. La duda, la inquietud y el miedo son buen alimento de la curiosidad. Quién sabe si rebañarás tu ración, o peor, comerás lo que otros no son capaces de terminar, esos restos tan sabrosos que no querrás dejar marchar a la cocina.

Acabarás vendiendo tu alma al diablo, me apuesto el postre.

Crédito fotográfico by ponamen

3 comentarios en “Nosotros dos

  1. Mitxel

    Jajaja! Buena reflexión! seguro que Hannibal Lecter estaría encantado de acompañarte en una inolvidable velada de degustación de carne humana!

  2. Juanjo Villamor y Señora ( Tia Tati )

    Tu tia Tati, se fué corriendo a la cocina, trajo una barra de pan
    y estuvo mojando en todos los platos, por cierto dice que son raciones muy pequeñas….jajajajajaja

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