Octopus

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octopus

O de las peripecias submarinas necesarias para echar un pulpaco a la cazuela.

«Con la mano palpó la pared interior de la roca, sobre la cual saltaba el agua violenta, retirándose luego mansa y rápida. Allí había excrecencias cubiertas de un poderoso musgo. Esteban introdujo en ellas el puñal y un chorro saltó hacia su rostro. -Cuando te pase esto no te alarmes. -Es el jugo de la libertad. Escarbó en ese punto y extrajo una especie de molusco al que destapó partiéndolo en dos pedazos. Al fondo había una sustancia de color amarillo. La puso dentro de la bolsa y descendió algunos metros hasta filtrarse por una gran rendija que partía a la piedra. Ensartó la masa en la punta del arpón, y como quien detecta si hay metal en los vericuetos de una mina, fue paseando el arpón entre los orificios y cavernas. De pronto surgió un cangrejo que se abalanzó sobre la carnada, agarrándola con sus tenazas, ocasión que Esteban aprovechó para hundirle el arpón y quebrarle su caparazón. Luego lo ensartó en un gancho de más volumen que el arpón y recorrió con el animal pataleando las sombras de las rocas, hasta que una enorme mole viscosa se levantó y envolvió al cangrejo como chupándolo. En ese momento el nono tiró del gancho y arrancó totalmente el pulpo de su escondite. Con todas sus fuerzas, lo estrelló una y otra vez contra el fijo de un canto hasta que la bestia descoyuntada soltó la tinta de sus tentáculos y se derramó como un plasma. Esteban había culminado la cacería en menos de cinco minutos. Puso al pulpo en la bolsa y encendió el centésimo cigarrillo del día. -El camino de la libertad –me dijo, expulsando el humo hacia una nube. Piurre, cangrejo y octopus. Sartén, aceite, pimentón en polvo, una papa. En pocas palabras: pulpo a la gallega”.

Escrito por Antonio Skármeta.

Crédito fotográfico by López de Zubiria